Rubén
Darío nació en Metapa, pequeña isla de Nicaragua, el
18 de enero de 1867.
Fue alguien con talento excepcional, que la historia de la literatura jamás
podría borrar, marcó una época, dio el empujón
para cambiar el rumbo de la actividad literaria.
Renovó el arte literario y abrió el camino a los escritores
de hoy.
Fue un auténtico poeta, su poesía depara un genuino goce estético.
Sus versos magistrales guardan todo un tesoro de belleza poética,
en la cual habla el corazón: triste o dichoso.
La vida de Rubén Darío abarca las tres últimas décadas
del siglo pasado y las dos primeras del actual: época muy importante
por todos los cambios que se produjeron en ella.
Los países hispanoamericanos se vieron enfrentados a muchos y graves
problemas.
La vida política era muy agitada, con períodos de dictadura
y con períodos de seudo democracia que derivaban hacia una completa
anarquía.
Todo esto afectaba a Centroamérica pero no a Chile, el poeta al llegar
a Santiago se sintió muy impresionado y lo hizo saber en varios artículos
que escribió para diarios de su patria.
En cuanto a España, a fines de siglo, la situación no era
buena: gobiernos ineptos, una monarquía decadente, guerras civiles,
asesinatos de líderes políticos, etc. Luego la guerra contra
Estados Unidos, a raíz del incidente del crucero “Maine”
(1898), en Cuba.
Por el tratado de París, España tuvo que entregar sus últimas
posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
La primera obtuvo su independencia, el segundo pasó a ser “Estado
Libre asociado” y Filipinas estuvo bajo el dominio norteamericano
hasta la segunda guerra mundial.
El caso Filipinas fue dramático, porque no sólo perdió
contacto con España, sino que poco a poco ha ido perdiendo el idioma
castellano.
Se cumplió lo que tanto temía Rubén Darío –
“¿tantos millones hablaremos inglés?”.
En el aspecto cultural el panorama no era tan bueno, después de la
muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, había poetas, pero todos
con un lenguaje gastado, un romanticismo declamatorio, hueco, pasado de
moda.
Sólo en la novela había nombres ilustres: Juan Valera, gran
estilista y Benito Pérez Galdós, fecundo creador.
Por eso con la llegada de Rubén Darío a España, llegó
la esperanza, él llegó con un aire innovador. Fue el GRAN
INNOVADOR. Fue recibido con gran respeto.
Estaba surgiendo un estupendo grupo de ingenios españoles, unos integrarían
la Generación del 98: Antonio Machado, Azorín, Maeztu, Baroja,
otros el Modernismo: Manuel Machado, E. Marquina, Juan Ramón Jiménez.
En conjunto formarían un movimiento literario de gran importancia.
En América ocurría algo parecido, pero se vislumbraba cierta
tendencia al cambio, por ejemplo en las obras de José Martí
(cubano), Manuel Gutiérrez Nájera (mexicano), José
A. Silva (colombiano). Ellos pretendían retomar un estilo sencillo
pero elegante, con figuras literarias más modernas y originales.
A fines de este siglo París era la capital mundial del Arte y la
Literatura.
En 1880 en adelante había dos corrientes casi contrapuestas:
1- El Parnasianismo: un grupo de poetas reunidos en torno a la publicación
“Le Parnasse Contemporaine”. Ellos sentían gran admiración
por el arte clásico de la Grecia Antigua, estudiando a fondo la mitología
helénica. Pretendían escribir una poesía perfecta,
no les interesaba expresar emociones, ni sentimientos. Por eso sus versos
fueron armoniosos, elegantes pero fríos.
A este grupo perteneció: Teófilo Gautier, Leconte de Lisle,
Armando Silvestre, Cátulo Mendès, Sully Prudhomme.
2- El Simbolismo: los poetas de esta corriente eran contrarios
al naturalismo literario y proclamaban la libertad en el arte. Buscaban
la novedad y la originalidad. Buscaban por sobre todo la musicalidad de
los versos, así como los parnasianos buscaban la plasticidad.
Paul Verlaine uno de los máximos exponentes dice: “Ante todo
la música de las palabras”
En ellos se destaca: no nombrar, sino sugerir.
A la descripción directa de las cosas oponen la sugestión
evocadora del verso y de la imagen, como dijimos anteriormente: no nombrar,
sino sugerir.
Gustan del cruce de sensaciones o sinestesias, por eso hablan del sonido
de un color y del perfume de un astro.
Simbolistas fueron: Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Stephan Mallarmé
y en cierto modo Charles Baudelaire.
En esos mismos años moría Víctor Hugo, el
gran patriarca del Romanticismo.
De todos ellos, románticos, parnasianos y simbolistas, Rubén
Darío tomó algo seleccionado por su talento poético.
SU VIDA…
Repasando lo mencionado, Rubén Darío nació
en Metapa, pequeña aldea de Nicaragua, el 18 de enero de 1867,
bautizado con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento
(en la Catedral de León).
Sus padres: Manuel García y Rosa Sarmiento se separaron con anterioridad
a su nacimiento y rara vez volvería a verlos después.
Por eso pasó su infancia y adolescencia bajo la protección
de sus tíos abuelos don Félix Ramírez y doña
Bernarda Sarmiento.
Fue un niño prodigio, aprendió a leer a los tres años
y a los ocho ya escribía versos.
Él decía que no aprendió a escribir versos, que eso
fue algo natural y espontáneo en él.
Su profesor fue don Felipe Ibarra.
Se le conoció en León como “el poeta- niño”.
Siempre las autoridades escolares y religiosas le encomendaban la creación
de las poesías para las distintas festividades.
Sus dos constantes fueron: la ausencia paternal (el infortunio) y la gracia
que le dio la vida: la poesía. Por eso hablará siempre de
su corona de laurel y su corona de espinas.
Estuvo a punto de irse de su casa, para incorporarse a la vida trashumante
del circo.
Allí aparece Hortensia Buislay, una joven artista de un circo norteamericano.
A los 14 años ya escribe para los periódicos de León
y lo llaman de Managua, la capital: ya empieza a sentirse importante,
y se lo ve por primera vez soberbio.
Gasta el dinero que gana, se da a la vida bohemia y bebe licores finos.
Se convierte en liberal y antirreligioso. Por este motivo, el Presidente
de Nicaragua deja sin efecto una beca para que fuera a estudiar a Europa.
En cambio le dan un trabajo en la Biblioteca Nacional, allí aprovecha
para leer obras de los escritores españoles, clásicos y
modernos, lo que le aporta un vocabulario rico y variado.
Ya en esos momentos se había hecho popular su seudónimo:
Rubén Darío, tomado de un bisabuelo.
Intenta casarse a los 15 años, pero sus amigos se lo impiden enviándolo
a El Salvador. En este país conoció a Francisco Gavidia,
hizo amistad con él. Era un intelectual que había estado
en Francia.
Él lo introdujo en la obra de Víctor Hugo, de quien será
gran admirador durante toda su vida.
Después de un tiempo conoció aquí al general Juan
Cañas, quien había sido embajador en Santiago. Le aconsejó
que viajara a Chile y así lo hizo, embarcándose en un navío
alemán de la Compañía “Kosmos”.
Llegó a Valparaíso el 30 de junio de 1886, luego siguió
viaje a Santiago y comenzó a trabajar en la redacción del
diario “La Época”, que era uno de los más importantes
del país. Allí conoció a los jóvenes intelectuales
más destacados: Luis Orrego Luco, Vicente Grez, Galo, Narciso Tondreau,
Manuel Rodríguez Mendoza, Alberto Blest Bascuñán
(hijo del noveslista) y muchos otros.
Recordará siempre al que fue su mejor amigo, protector, su maestro
en el estudio de la literatura europea: Pedro Balmaceda Toro, hijo del
entonces Presidente de la República.
En 1887 se declaró en Santiago una terrible epidemia de cólera
que causó miles de muertos. Como él, desde pequeño
le tenía terror a la muerte, su amigo Pedro Balmaceda le consiguió
un modesto empleo en la Aduana de Valparaíso. En ese mismo año,
en el mes de marzo, publicó en Santiago, el libro “Abrojos”.
En agosto participó en el Certamen Varela con sus “Rimas”
y su “Canto Épico”. Al año siguiente, en Valparaíso,
publicó “Azul…”, de muchísima importancia
en la literatura no sólo americana, sino también española.
En febrero de 1889, retorna a Centroamérica y en Costa Rica se
casa con la joven y hermosa poetisa salvadoreña Rafaela Contreras
(Stella), quizás el único amor feliz, aunque efímero.
De esta unión nace Rubén Darío Contreras, que muchos
años después fue embajador en Santiago.
En el año 1892, el gobierno de Nicaragua lo envía a España,
para las fiestas conmemorativas del cuarto Centenario del Descubrimiento
de América. Sólo tenía veinticinco años y
fue recibido con gran respeto por los escritores españoles de esa
época: el crítico y novelista Juan Valera, el erudito Marcelino
Menéndez y Pelayo, los poetas José Zorrilla, Gaspar Núñez
de Arce y Ramón de Campoamor, entre otros.
De regreso en Guatemala, el gobierno de Colombia, presidido por el poeta
Miguel Antonio Caro, lo nombró cónsul de ese país
en Buenos Aires. Cuando va a partir, se entera de la mala noticia: la
muerte de su esposa, causándole un dolor muy grande. Al poco tiempo
le ocurre otra desgracia: unos individuos de apellido Murillo le tienden
una trampa y lo casan engañado con su hermana Rosario. Cuando se
dio cuenta, escapó. Esa mujer representó en su vida una
pesadilla, nunca logró divorciarse, ni con la ley especial.
En el año 1893, viajó a la Argentina, luego pasó
por Estados Unidos y después cumplió su sueño de
conocer París.
En Buenos Aires, conoció a muchos escritores jóvenes, todos
le tenían afecto, comenzó a tener conciencia del papel que
iba a cumplir en la historia literaria. En el año 1896 publica
una de sus obras más importantes “Prosas Profanas”.
Ya es redactor de “La Nación”, cargo que va a ocupar
el resto de su vida. Es este Diario que lo envía a España
para que observe el impacto de la guerra con los Estados Unidos. Se relaciona
en España con los escritores e intelectuales jóvenes: Miguel
de Unamuno, Antonio y Manuel Machado, Baroja, Azorín, Benavente,
Valle Inclán, Salvador Rueda, etc.
Todos reconocen que él era el renovador que hacía falta.
En el año 1899, conoce en Madrid a Francisca Sánchez, una
hermosa joven, que era hija de uno de los jardineros del Palacio Real.
No puede casarse con ella, por su matrimonio con la Murillo, pero Francisca,
con su humildad y abnegación va a ser la persona que lo acompañe
hasta casi el final de sus días, hasta que el poeta se embarca
en Barcelona y se va a morir a su patria.
Francisca era una persona tosca y semianalfabeta, pero le supo dar amor
y cuidado. Ella le dio varios hijos y heredó su valioso archivo,
el cual donó después a la Universidad Complutense.
De Madrid, con Francisca se traslada a París, a reportear la Exposición
Internacional del Novecientos.
Luego de pasar una temporada a orillas del Sena, viajan por Italia. El
gobierno de Nicaragua, nombra al poeta como su representante diplomático
en Madrid, ante el gobierno del rey Alfonso XIII. Rubén Darío
hace viajes por el norte de Europa, pero no se siente a gusto, porque
él es latino.
Después de diecisiete años y luego de publicar obras que
lo hicieron muy famoso, regresa a su patria. Las autoridades y todo el
pueblo lo recibe con mucho cariño y festejos.
Luego es enviado a Río de Janeiro, como delegado a una conferencia
internacional, luego regresa como cónsul a París.
Al poco tiempo, tiene que viajar a América, para representar a
su país en las fiestas del centenario de la independencia de México
(1910). Los intelectuales y el pueblo se preparan para recibirlo con honores
como el POETA DE AMÉRICA, pero en ese momento el gobierno de Nicaragua
es derrocado y el que lo sustituye le quita la representación oficial
al poeta. El gobierno mexicano, para evitar problemas, le pide que no
llegue hasta la capital, pero igual Rubén Darío recibe homenajes
y festejos.
Nuevamente en París, pero ya no como diplomático, lleva
una vida muy precaria, se sustenta sólo con el pequeño sueldo
que le paga “La Nación” y la ayuda de sus amigos. La
pobreza y la ingratitud lo empujan cada vez más a la bebida.
Gente deshonesta lo incorporan a una empresa periodística para
publicar la revista “Mundial Magazine”. En el año 1912,
le organizan una gran gira de promoción por América. Regresa
a Buenos Aires y proyecta viajar a Chile. Por problemas de salud, no puede
cruzar la cordillera.
Cuando llega a París se da cuenta que la empresa periodística
ha sido una estafa y por supuesto, lo habían perjudicado.
Sintiéndose muy enfermo se va a pasar una temporada a Mallorca
(islas Baleares): admira el hermoso paisaje, su vida interior se hace
más intensa y se acerca a la religión.
Estalla la guerra mundial y lo convencen para que participe en una campaña
a favor de la paz.
En 1915 se despide de Francisca y de sus hijos para irse a Nueva York,
allí da unas pocas conferencias, pues su salud se agrava cada día
más. Decide volver a su patria. Llega en un estado muy deteriorado
a León, la ciudad de la infancia. Allí fallece el 8 de febrero
de 1916, en brazos de Rosario Murillo, la mujer que arruinó su
vida sentimental.
Su muerte fue llorada en América y España, se le rindieron
muchos homenajes y se le dedicaron infinitos artículos en que se
destacaba su obra y su actuación.
Don Miguel de Unamuno, quien en varias oportunidades tuvo frases, no tan
agradables para Rubén Darío, elaboró un escrito muy
emocionante, que dice:
“¡No, no fui justo ni bueno con Rubén; no lo fui! No
lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén, era justo y bueno.”
“Era justo, capaz, muy capaz, de comprender y de gustar las obras
que más se apartaban del sentido y el tono de las suyas; capaz,
muy capaz, de apreciar los esfuerzos en pro de la cultura, que iban por
caminos al parecer más opuestos a los suyos. Era benévolo
por grandeza de alma, como lo fue antaño Cervantes.
Era justo; esto es, comprensivo y tolerante, porque era bueno.”
“Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre;
éste huraño y hermético amigo, que debe ser justo
con los demás, te debía palabras – no de benevolencia-
de admiración y de fervorosa alabanza por tus esfuerzos de cultura.”
SU OBRA:
Pese a su corta existencia, dejó
una obra abundante, cultivó casi todos los géneros, excepto
el drama.
Cultivó el periodismo desde los catorce años. Publicó
artículos en varios diarios de Centroamérica. Luego en Chile,
fue colaborador de “La Época”, “La Libertad Electoral”,
“La Revista de Artes y Letras”, todos de Santiago, y luego
de “El Mercurio” y “El Heraldo”, de Valparaíso.
El trabajo más importante como periodista lo desempeñó
en “La Nación”, Buenos Aires, entre 1889 y 1915, aproximadamente.
Fue un periodista honesto, no le agradaba su trabajo, pero tuvo que hacerlo
por necesidades económicas.
Él decía: “Me pagan lo que no sé hacer, o lo
que hago a regañadientes, pero, por los versos, en cambio, que
son buenos, no me dan un centavo”.
Muchos de sus artículos los reunió después en libros.
Por ejemplo, sus comentarios sobre los poetas de su tiempo los agrupó
en “Los Raros”, sus crónicas sobre su segundo viaje
a España, en “España Contemporánea”,
y sus recuerdos de viajes, en “Peregrinaciones”.
Escribió cuentos: los primeros cuentos los escribió y los
publicó en su patria.
En el libro “Azul…” incluyó algunos realmente
excelentes, aplicando diferentes técnicas, desde el cuento naturalista
como “El Fardo”, hasta el cuento fantástico y poético,
como “El Rubí”, desde el cuento francés, como
“El Pájaro Azul”, hasta el cuento irónico de
intención social, como “El Rey Burgués”.
Rubén Darío fue un innovador, primero en sus prosas antes
que en sus versos. No es que copie, sino que a partir de un pequeño
detalle crea un nuevo relato, por ejemplo “El Velo de la Reina Mab”,
se basa en una obra de Shakespeare.
Después de haber estado en Chile, hubo períodos en los cuales
escribió muchos cuentos y otros en los cuales escribió muy
poco.
En 1893 escribe “Cuento de Nochebuena”. En 1950, en México,
se publicó “Cuentos Completos”. Allí encontramos
relatos sobre los más diversos asuntos: griegos, bíblicos,
medievales, franceses, etc.
En cuanto a su modo narrativo, algunos son irónicos, otros alegres,
melancólicos o fantásticos.
Rubén Darío no sólo abrió nuevos caminos a
la poesía, sino también a la prosa narrativa. Un ejemplo
claro de la influencia de Rubén Darío fue en la novela “La
Gloria de don Ramiro”, del argentino Enrique Rodríguez Larreta.
En las novelas no tuvo mucho éxito, su camino era otro, la ensayó,
primero en colaboración con Eduardo Poirier, en Valparaíso:
“Emelina” (1886), en 1913 comenzó a escribir “La
isla de Oro”, que no llegó a concluir.
Debemos agregar “A. de Gilbert” (1890), libro en homenaje
a su amigo Pedro Balmaceda.
Rubén Darío fue, como lo hemos recalcado varias veces, un
auténtico poeta.
En la adolescencia, escribió numerosos poemas, sencillos, tradicionales,
pero que ya revelan su talento.
Hacia 1885 compone su primer libro, el que va a ser publicado en 1889
con el título “Primeras Notas: Epístolas y Poemas”.
Aquí ya encontramos poemas más extensos y más elaborados.
Se advierte en ellos la influencia de algunos poetas españoles,
como Quintana, Zorrilla y Núñez de Arce.
Fue en Chile donde publicó su primer libro: “Abrojos”
(1887), gracias a la ayuda de buenos amigos. Se trata de un volumen pequeño,
que contiene 58 poemas, algunos muy breves. Predomina lo triste y lo pesimista,
o bien la ironía ácida y la crítica social encubierta.
Muchas veces Rubén Darío se sintió solo, pobre y
desilusionado.
Luego vino el Certamen Varela, el filántropo Federico Varela convocó
a un concurso literario, en el cual Rubén Darío obtuvo el
octavo lugar con las “Rimas” y el primer premio con “Canto
Épico a las Glorias de Chile”.
Las rimas son composiciones breves, en algunas de ellas, como por ejemplo
la Nº 8 se observan rasgos estilísticos modernistas: el uso
de la anáfora y gusto por ciertas palabras que mencionan objetos
brillantes y valiosos: joyas, esmaltes, pedrerías.
“El Canto Épico” está basado en hechos y personajes
relativos a la guerra del Pacífico y el tema principal es el combate
de Iquique. Tiene fragmentos muy logrados, como el retrato de Prat, la
imagen de la “Esmeralda” y la visión premonitoria del
héroe en el momento culminante de la gesta.
En 1888 sucedió el gran acontecimiento: se publica “Azul…”.
Es un libro muy breve, modesto, casi un folleto, la mayor parte lo ocupan
los cuentos, variados en sus asuntos y en su técnica.
Posteriormente aparece “El Año Lírico”: cuatro
extensos poemas relativos a las estaciones del año. Además
incluye otros poemas dedicados a personajes franceses y chilenos. Fue
comentado por Juan Valera, el crítico más temido y respetado
en ese tiempo.
Él supo descubrir que encerraban las páginas, más
allá de anécdotas e historias de hadas y reinas. Juan Valera
dice que Rubén Darío piensa y siente como un francés,
pero escribe en correcto castellano, en un idioma artístico y novedoso.
También reconoce que el poeta ha creado un arte nuevo y moderno,
algo no visto en el ámbito hispánico.
En Buenos Aires, en 1896, aparece “Prosas Profanas”, libro
completamente en verso, causó extrañeza y escándalo
y recibió bastante críticas. También cabe destacar
que recibió críticas y aplausos de parte de los jóvenes.
En el prólogo de este libro, menciona a los escritores que han
influido más en su formación: Cervantes, Garcilazo, Góngora,
Santa Teresa, Quevedo, Shakespeare, Víctor Hugo, y Verlaine.
Rubén Darío aclara que “Mi literatura es mía
en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro
personal”, con esto queda claro que el se da cuenta que está
inaugurando una nueva poesía, pero no quiere imponer su estilo.
En este libro aparece el modernismo como tal, la musicalidad de los versos,
no vulgares y con una sensibilidad muy refinada.
“Cada palabra tiene un alma; hay en cada verso, además de
armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo
de la idea, muchas veces”.
Rubén se reconoce americano, aunque su americanismo no aparece
en este libro, él se nos muestra cosmopolita, como dice un crítico
prioritariamente francés. De ahí su tan conocida frase:
“Mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París”.
Los poemas de este volumen se refieren a muchos temas y motivos de inspiración:
las estatuas y la mitología de la Grecia clásica, el mundo
galante de Versalles (Era un aire suave…), la Edad Media (Sonatina),
un recuerdo de su esposa (Stella), otros amores, etc.
En 1901 publicó una segunda edición en París. Le
agregó otros veintiún poemas, entre ellos algunos con inspiración
hispánica como “Cosas del Cid” y el dedicado al Maestro
Gonzalo de Berceo, el primer poeta español que firmó sus
escritos.
Para algunos, “Prosas Profanas” es el libro que caracteriza
a Rubén Darío, pero…, en 1905, el poeta publica, en
España, una obra admirable y bellísima: “Cantos de
Vida y Esperanza”. En él agrega la preocupación existencial
y de raza. Vemos a un poeta reflexivo que recuerda su pasado y avizora
el presente y el futuro, no sólo el personal, sino también
el de su pueblo y de su raza.
Esto lo podemos apreciar en el primer poema de este libro:
“Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana”
Ahora sus fuentes han cambiado:
la Biblia, Dante, Platón, Shakespeare, Cervantes.
“Cree en España, en su sangre, en su destino” (Arturo
Marasso).
Hay en este libro poemas inolvidables: “La Dulzura de Ángelus”,
“Nocturno”, “A Roosevelt”, “Salutación
del Optimista”, “Lo Fatal”, y muchos otros.
Después de este libro vinieron otros: “El Canto Errante”
(1907), “Poema del Otoño y otros poemas” (1910), “Canto
a la Argentina” y otros poemas (1914). Además dejó
muchas obras dispersas en diarios y revistas, todo este material ha sido
recopilado y publicado en diferentes ediciones de sus “Obras Completas”.
En los últimos libros se acentúa la nota melancólica
y aparece la preocupación cristiana, como algo que agita su alma.
Hay poemas americanistas, como “A Colón”, “Desde
la Pampa”, “Momotombo”, etc., otros en que exalta los
valores de ciertos países, como ocurre con “A Francia”,
y “Salutación al Águila” (a EE.UU.). También
escribió poemas que evocan paisajes muy queridos para el poeta,
como “La Canción de los Pinos”, y los dedicados para
niños, como el hermoso e inolvidable cuento en versos “A
Margarita Debayle”.
Lo religioso lo encontramos en “Soneto Pascual” y el largo
relato en verso en: “Los Motivos del Lobo”, pleno de sugerencias.
TEMAS Y MOTIVOS:
Es muy difícil adentrarse
a la obra de un gran poeta, y hacer un análisis preciso y original,
Arturo Marasso, crítico y analista argentino, escribió:
“El misterio poético de Rubén Darío, la emoción
lírica, la música, y el esmalte de su verso, la perspectiva
cambiante de su paisaje interior, la resonancia de un universo espiritual,
cuando encierra en su poesía un encantamiento indefinible, resiste,
en parte, al análisis”.
“Algunos poemas – dice el crítico argentino –
son tan profundos, que escapan a la interpretación más sutil”.
Por eso aún se sigue estudiando su obra sin llegar a conclusiones
definitivas, porque se trata de una gran poesía.
Rubén Darío, por medio de su verso rico y expresivo, da
salida a su complejo mundo interior poblado de ensueños y fantasías,
de alegrías y dolores, de miedos y esperanzas.
Tratando de determinar algunos temas y motivos:
1) El amor: es un motivo fundamental en su vida y en la poesía.
Pedro Salinas – gran poeta y sabio catedrático español
– ha estudiado este aspecto de la poesía de Rubén
Darío y dice que el amor es una constante en la vida y la obra
del poeta nicaragüense. En su adolescencia y su juventud, tuvo muchos
amores y amoríos, hasta su encuentro con Rafaela Contreras, su
primera esposa. Después, se dice que fue un hombre más bien
tímido con las mujeres.
Lo que si se puede observar en sus poemas, es su constante búsqueda
por el amor ideal.
Lo vemos en sus poemas “Heraldos”, en uno de los “Nocturnos”
y sobre todo en “Canción de Otoño en primavera”.
También le dedicó uno a Florencia Sánchez, que ocupó
un lugar muy afectivo en su vida.
2) La belleza: tanto en los artículos en prosa y en los prólogos
de sus libros, en sus poemas, Rubén Darío confiesa que su
máxima preocupación fue la búsqueda de la belleza
absoluta. Huyó de la vulgaridad y dedicó su vida a la creación
de una poesía exquisita, elevada, armoniosa. Incluso simbolizó
su ideal de belleza en ciertos objetos: el cisne, el pavo real, el lirio
o flor de lis, las estatuas de mármol, las joyas, las telas suntuosas,
los palacios, etc.
Para Rubén, la poesía era algo sagrado.
Los motivos bellos los va a buscar a la Francia del siglo XVIII, la de
Luis XIV, a la Edad Media idealizada por los románticos, en los
mármoles de Jonia, en los cuadros de Watteau, en los libros de
los grandes autores.
3) Desde su juventud, pese a su
admiración por Francia, fue
adentrándose en lo americano y en lo español. Lo español
está en poemas como el dedicado al volcán Momotombo, en
que aparece el elemento telúrico; el dedicado a Colón, en
que alude al triste espectáculo que daban las jóvenes republicas
americanas con sus guerras fratricidas, en la oda a Teodoro Roosevelt
, en que denuncia, enérgico, los afanes imperialistas de ese mandatario
norteamericano que propugnó la política del “gran
garrote”.
Rubén Darío exalta su raíz hispánica. En uno
de sus sonetos afirma categóricamente:
“Yo siempre fui, por alma y por cabeza,
español de conciencia, obra y deseo,
y yo nada concibo y nada veo
sino español por mi naturaleza.”
(“Baladas y Canciones”)
Antes había escrito: “Soy un hijo de América, soy
un nieto de España”.
(“Los Cisnes”)
Aprendió a querer a España,
desde temprana edad, cuando conoció a los clásicos, primero
con los jesuitas en el colegio y después en la Biblioteca Nacional
de Managua. Ese amor fue creciendo cada vez más, admiraba los valores
literarios y artísticos: Cervantes, Goya, Velásquez, El
Greco.
Después de español, sintió orgullo por ser latino,
cuando contempló por primera vez el Mediterráneo. Allí
nace su poema: “¡Eheu!”.
4) Luego, buscó con mucha ansiedad, la razón de vivir, tratando
de encontrar el misterio de la vida y de la muerte.
Son muchos los poemas en donde se aprecia el dolor de vivir, su andar
errabundo:
“Hermano, tú que tienes la luz, dame la mía,
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas
Voy bajo tempestades y tormentas,
ciego de ensueños y loco de armonía…”
(“Melancolía)
Todo su dolor existencial se sintetiza en el conocido poema
“Lo Fatal”:
“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”
5) No toda la poesía de Rubén Darío es tan pesimista,
siempre
aparece la luz de la esperanza: “Canción de Otoño
en Primavera”, “Salutación del Optimista”, “¡Aleluya!”
y “Programa Matinal”.
6) Cuando niño, en el hogar de sus tíos recibió una
formación
católica tradicional, luego estuvo en el colegio de los jesuitas.
Sin embargo, en la adolescencia sufrió una crisis de escepticismo
y de antirreligiosidad. Escribió versos anticlericales terribles,
después derivó hacia una especie de paganismo al estilo
griego. De ahí sus constantes alusiones al dios Pan y a Eros, a
las ninfas y a los faunos.
Posteriormente, a medida que avanza su vida, hay un retorno a la fe, con
una religiosidad difusa y sentimental.
En realidad, el tema religioso, se presta a discusiones, nunca tuvo un
claro pensamiento al respecto.
Su religiosidad era como dijimos, más que nada sentimental, a veces
cuando se le acercaba la desgracia, se acordaba de Dios, pero en otras
circunstancias se tornaba escéptico y hasta irónico.
Incluso se llegó a decir que no era cristiano.
Octavio Paz - poeta y ensayista mexicano – opinó al respecto:
“Aunque a Darío le repugnaba el ateísmo racionalista
y su temperamento era religioso, y aun supersticioso, no puede decirse
que sea un poeta cristiano, ni siquiera en el sentido poético en
que lo fue Unamuno”.
7) El poeta llega a sentirse como el portavoz de la humanidad.
“Siento como un eco del
corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.”
(“Nocturno”)
LENGUAJE y ESTILO
“Yo nunca aprendí
a hacer versos.
Ello fue en mí orgánico, natural,
nacido.”
(Rubén Darío)
Rubén Darío fue
un poeta que quiso expresarse distinto, su forma refinada, elegante, soberbia
y, por sobre todo armoniosa.
Su léxico es riquísimo y variado. Busca palabras sonoras,
poco usuales, por eso nos parece rebuscado y en estos momentos, hasta
fuera de época. Ese lenguaje expresa bellezas. Le gustan las palabras
extrañas, pero no es un lenguaje incomprensible. Su poesía
puede llegar a todos, él mismo decía: “Yo no soy un
poeta para las muchedumbres; pero sé que indefectiblemente tengo
que ir a ellas”.
A Rubén Darío le gustan las palabras esdrújulas,
porque resultan más sonoras: “ínclitas razas ubérrimas”.
Combina tan bien las palabras en cada verso que logra efectos onomatopoyéticos
asombrosos, es decir el sonido de los vocablos refuerza la idea: “está
mudo el teclado de su clave sonoro”; los claros clarines levantan
sus sones, etc.
El mismo poeta dice que cada palabra tiene un alma y que en cada verso
hay una armonía verbal e ideal.
Su “Marcha Triunfal” es un verdadero prodigio de versificación.
No sólo en sus poemas, sino también en sus obras en prosa,
especialmente en sus cuentos, juega magníficamente con las palabras,
usando palabras semejantes pero que difieren en una vocal o una consonante
parecida: “la mar que no amaga”, “bajo el ala aleve
del leve abanico”, “risa del agua que la brisa riza y el sol
irisa”. Esto se conoce con el nombre de paronomasia.
En sus poemas encontramos gran cantidad de metáforas, personificaciones,
imágenes.
Veamos por ejemplo en “Sinfonía en Gris mayor”:
“El mar como un vasto cristal
azogado,
refleja la lámina de un cielo de cinc.
El viento marino descansa en las sombras
teniendo de almohada su negro clarín.
Las ondas que mueven su vientre de plomo
debajo del muelle parecen gemir.
La siesta del trópico. La vieja cigarra
ensayan su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia su solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.
Describe un día nublado
y caluroso en un puerto de su tierra.
Otra modalidad de su estilo es el uso de símbolos, es decir objetos
que tienen un significado mucho más amplio y complejo que el usual.
El caso típico es el del cisne, mencionado tantas veces en su poesía.
Esta ave no sólo es bella, sino también misteriosa, enigmática
y pura:
“¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?”.
Rubén Darío fue el gran innovador, volvió a usar
versos ya olvidados e inventó otros.
Empleó muy poco la composición llamada romance, típica
española, quizás porque le resultó demasiado fácil
o porque era propio de la poesía popular.
A él le gustaron siempre las composiciones difíciles, porque
en ellas triunfaba su talento.
A veces en un mismo poema usaba distintos tipos de versos, con lo cual
anuncia el verso libre, tan característico de la poesía
contemporánea.
El lenguaje y el estilo de Rubén Darío cambiaron la poesía
en lengua española y por eso él encabezó un movimiento
que se llamó Modernismo.
Rubén Darío, con
la fuerza de su genio creador, remeció hasta los cimientos a la
alicaída poesía española de fines del siglo XIX.
Él inició el retorno de las carabelas colombinas, incluso
los sobrios y exigentes escritores del 98 se sintieron conmovidos y arrastrados
por el impulso renovador del americano. También los de la generación
de 1927 sintieron gran respeto y admiración por toda su obra, como
lo atestiguan los juicios de García Lorca y Pedro Salinas, entre
otros. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, también sintieron gran
admiración por él.
Detrás de él, surgieron otros poetas, algunos muy valiosos:
Julio Herrera y Reissig (uruguayo), Leopoldo Lugones (argentino), Ricardo
Jaimes Freyre (boliviano), Guillermo Valencia (colombiano), José
Santos Chocano (peruano), Amado Nervo (mexicano), Pedro A. González
y Manuel Magallanes (chilenos), Manuel Machado, Eduardo Marquina, Juan
Ramón Jiménez (españoles).
Iniciaron también el modernismo José Martí y luego
Gutiérrez Nájera y Julián Casal. Pero lo indiscutible
es que Rubén Darío fue el líder que lo hizo triunfar
en América y España.
REPASANDO ALGUNOS ASPECTOS DE
SU VIDA Y SUS OBRAS:
Trataremos ahora de reiterar algunos
aspectos que nos parecen muy importantes, tanto de su vida como de su
obra.
De esta manera intentamos ayudar, resumiendo esos aspectos, facilitando
el estudio de su biografía:
Rubén Darío fue el seudónimo de Félix Rubén
García Sarmiento, su familia era conocida como “los Darío”,
por el apellido de uno de sus abuelos y el joven poeta lo adoptó
como nombre literario.
Poeta, periodista y diplomático, considerado el fundador del Modernismo.
Sus tíos que lo criaron, sólo pudieron ofrecerle una educación
elemental en el Instituto de León, en su país natal, a pesar
de ello, siendo todavía un adolescente era considerado un artista
prodigio. Leía a los poetas franceses, a su vez era invitado a
recitar poesía.
Santiago de Chile (1886), fue su primer contacto con el progreso y la
metrópoli. Quedando encantado con Chile, publicó allí
su primer libro: “Azul” (1888), libro que llamó mucho
la atención y que el escritor español Juan Valera elogió
mucho. Este libro fue revisado en 1890.
Se trata de una obra romántica sobre la exaltación del amor
como algo armónico con la naturaleza y el cosmos.
Está dividido en cuatro partes: 1) “Primaveral”: desarrolla
el tema del amor sexual como algo sagrado. 2) “Estival”: gira
en torno al amor como instinto. 3) “Autumnal”: el amor se
canta como nostalgia. 4) “Invernal”: aparece un amor mundano
y moderno, capaz de desafiar la climatología y las estaciones.
Por este libro es considerado el creador del Modernismo.
Escritores como Ramón María del Valle Inclán, Antonio
Machado, Leopoldo Lugones y Julio Herrera y Reissig, lo reconocieron como
el creador e instaurador de una nueva poesía en la lengua española.
El ritmo y la armonía de sus composiciones y el gusto refinado
en la elección de temas lo hacen la figura máxima de la
lírica contemporánea, cuya influencia se ha extendido a
todas las literaturas de lengua castellana.
Las innovaciones métricas, es decir el arte de combinar los versos,
la gracia, gentileza, elegancia de su expresión, realzaron y transformaron
la poesía en lengua castellana.
Fue considerado “el embajador del Modernismo” en el mundo,
pues viajó a Estados Unidos, Chile, Francia, Buenos Aires (se instaló
primero en Buenos Aires como corresponsal de “La Nación”,
luego como cónsul de Colombia y más adelante como fundador
de la Revista de América), luego cuando en 1907 es nombrado diplomático
de Nicaragua en Madrid, también tiene que viajar.
Era un hombre que no había olvidado sus raíces, pero se
había transformado en un cosmopolita total, él observaba
como el mundo jubiloso de Europa se estaba acabando.
Cuando en 1913, entra en una crisis religiosa y mística y marcha
a refugiarse a Palma de Mallorca, va en busca de paz, pero poca pudo encontrar
pues, el alcoholismo, la pobreza y la enfermedad lo acosaban cada vez
más de cerca.
El poeta quiso contarle al mundo – los lectores – como era
su vida cotidiana, pero a través de símbolos herméticos,
como metáforas y otras figuras literarias, para la cual recurre
tanto a la naturaleza, como a la historia, a otras obras literarias o
a la ciencia.
Por ejemplo: En “Prosas Profanas” (1896 – 1901), obra
simbolista y de exótica imaginería, desarrolla el tema del
amor, pero no busca la armonía en la naturaleza, sino en el arte:
“me río del viento que sopla fuerte”, dice el poeta:
es el arte que triunfa en el Amor.
La originalidad de Rubén Darío está en haber sabido
expresar los gustos y sentimientos de su época.
Creó una poesía elevada y refinada con muchos elementos
decorativos y resonancias musicales. Un claro ejemplo de ello fue “Cantos
de vida y Esperanza” (1905), donde expone como el Arte supera a
la Naturaleza, y como tema de fondo su preocupación por el futuro
de la cultura hispana.
Otra faceta de su obra fue lo de poeta cívico, ya que compuso poemas
para exaltar un glorioso hecho nacional o un héroe, o para realizar
una amarga censura.
“El canto errante” (1907), fue un libro en el que afrontó
los eternos problemas de la humanidad. Es el libro, conceptualmente más
universal.
En el poema “A Colón” expresa el espanto que supuso
el descubrimiento y enaltece la ingenuidad de la América Indígena.
En “A Roosevelt” evalúa a los latinos y anglosajones
mediados por el patrón materialista de estos últimos.
Aunque trató de llevar la poesía política y sacarla
de los cánones retóricos complacientes, no consiguió
en estos poemas una obra tan elegante como en el resto de sus composiciones,
a pesar de que también en ella utilizó su lenguaje característico
rico en símbolos.
Rubén Darío: inquieto, amante de los viajes y aventuras,
romántico y apasionado, angustiado por el dolor y la idea de la
muerte, sumergido en sus excesos de alcohol y el derroche de dinero, oscilando
entre el optimismo frenético y un pesimismo desesperado…,
así fue su personalidad, así fue su vida….
Desde el punto de vista literario su poesía, por la influencia
francesa se inclina primero, al preciosismo y a la belleza pura y más
tarde encuentra su verdadera identidad en la exaltación de la raza
hispánica.
Europa y América fueron sus dos amores.
Se le considera la mejor representación de la expresión
americana e hispánica y a él se debe el desarrollo en las
letras hispanas, de la búsqueda constante de nuevas formas y lenguajes.
Aunque sea quizás reiterativo, debemos enfatizar lo que logró
este gran poeta en la Literatura.
Recordemos una vez más, que apareció en un momento donde
la poesía en España estaba muy decaída y vacía.
Inició su camino junto con Gustavo Adolfo Bécquer.
Los frutos más brillantes fueron: Juan Ramón Jiménez,
los vanguardistas (movimiento que aparece en Europa, buscando en las experiencias
artísticas: lo variopinto, es decir, la diversidad de colores,
de aspectos, también buscaban lo moderno, en un momento de crisis
espiritual: este es el origen de los vanguardistas), y más tarde
la llamada generación del 27.
Si hacemos un breve resumen, antes de pasar a dar con más detalle
la cronología de sus obras, podemos destacar que:
Sus obras más destacadas fueron:
“Prosas Profanas”, “Cantos de Vida y esperanza”,
“El Canto Errante”, “Poema del Otoño y otros
poemas”
En Prosa:
“Azul…”, “Los Raros”, “Peregrinaciones”,
“La caravana pasa”, “Tierras Solares”.
Novelas: “Emelina”,
“La isla de Oro” (no concluída)
Para tener en cuenta: En 1914
compone “Canto a la Argentina y otros poemas”, un libro dedicado
a este país, en el año de la celebración de su centenario,
quiso en él seguir el modelo del “Canto a mí mismo”
de Walt Whitman, pero no tuvo la intensidad de sus grandes poemas.
También recordemos que en 1915 publica “La vida de Rubén
Darío”, pero enferma y marcha a Nicaragua a morir.
SUS OBRAS MAS IMPORTANTES AÑO
A AÑO…
1885 – (1er. Libro publicado
en 1889) – “Primeras Notas, Epístolas y Poemas”.
1886 – “Emelina”
1887 – “Abrojos”
1888 – “Azul…”
(revisado en 1890)
1888 – “Canto Épico
a las glorias de Chile”
1893 – “Cuento de
Nochebuena”
1890 “A. de Gilbert”
(homenaje a Pedro Balmaceda)
1896 – 1901 – “Prosas
Profanas”
1896 – “Los Raros”
1901 – “Peregrinaciones”
1902 – “La caravana
pasa”
1905 – “Cantos de
Vida y Esperanza”
1907 - “El Canto Errante”
1910 - “Poema del Otoño
y otros poemas”
1913 – comienza a escribir
una novela: “La isla de Oro”, no llega a concluir)
1914 – “Canto a la
Argentina y otros poemas”
1915 – “La vida de
Rubén Darío”
1950 – “Cuentos Completos”
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA: “Colección
de Oro del Estudiante” - Rubén Darío – Antología
Poética – Selección de Textos – Resúmenes
– Análisis – Biografía – Diario “El
País” – Manuel Montecinos Caro – Profesor Universitario
de Literatura.
Impreso en Editorial Lord Cochrane S.A. – Chile.
“Los Máximos Creadores” – Impreso en 1997, Argentina
– Editorial Perfil S.A.
Enciclopedia Encarta de Microsoft Corporation.
Redacción
y Recopilación de Datos: Valentina Garcés Campbell.
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