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Juana
de Ibarbourou - (1892 - 1979) |
AMPLIACIÓN DE SU BIOGRAFÍA La ampliación de la biografía de Juana de Ibarbourou se basó en el libro “Al encuentro de las Tres Marías” – Juana de Ibarbourou más allá del mito de DIEGO FISCHER – 2008, Ediciones Santillana S.A. – Impreso y encuadernado en Uruguay por Mastergraf S.R.L. Nuestro Portal felicita el excelente trabajo de investigación y recopilación del escritor y periodista uruguayo Diego Fischer!! Nuestro sitio cuenta con la autorización de Ediciones Santillana S.A. El 8 de marzo de 1892
nacía en Melo (capital de Cerro Largo) la bella poetisa Juana de
Ibarbourou. En su bien logrado y exitoso libro de cuentos “Chico Carlo”, describe el lugar maravilloso donde vivó su feliz infancia: el soñado Melo, pintado de hermosos colores de las quintas sembradas de tomates, lechugas, albahaca, tomillo y aromatizado por los limoneros, naranjos, azahares y jazmines. En dicha obra su padre ocupa un lugar
importante, pero la que está presente siempre es su madre, rodeándola
de momentos felices y de ternura. La guerra terminó en setiembre
de 1904, luego que Saravia fue herido de muerte en la batalla de Masoller. Al parecer no cursó los estudios
secundarios, no existían liceos en el interior y menos para mujeres. Cuando Juana tenía veintiséis
años sus poemas ya eran admirados y aplaudidos por la crítica. El 29 de julio de 1919, Juana le escribe
a Don Miguel de Unamuno, enviándole un ejemplar de “Las lenguas
de diamante”. Sobre la carta de Don Miguel a Juana (Salamanca, 18-IX-19) Sus poesías: Unamuno, quedó sorprendido de
su poesía tan fresca y tan ardorosa a la vez. La reacción de su poeta amigo: Le cuenta Unamuno como su amigo ciego, poeta también, quedó impresionado con “La angustia del agua quieta”, cuando le leyó su libro en voz alta. El consejo del gran poeta: “lo que sí creo es que debe usted dejar las tristezas hasta que ellas vengan que, desgraciadamente, teniendo como usted tiene un alma sensible y hasta ardiente, le vendrán…” Sobre su apellido: Unamuno le afirma que su apellido, aunque ella lo escribía a la francesa, era vasco puro, y que significaba: “cabecera del valle”. Sobre la contestación de Juana a Don Miguel (Montevideo, 11 de noviembre de 1919) Juana le cuenta: Sobre su impaciencia al esperar su contestación. Le pide a Don Miguel, el nombre de su
amigo, el poeta ciego. No sólo desde España,
con la aprobación de Unamuno, sino también en Uruguay, Juana
llegó al éxito. Fue con el fallo del brillante crítico
Zum Felde. Unamuno, los poetas uruguayos Carlos Reyles y Juan Zorrilla de San Martín, el mexicano Alfonso Reyes, el peruano José Santos Chocano, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el chileno Pablo Neruda y los españoles Salvador de Madariaga y Federico García Lorca. Todos coincidieron que Juana, además de hermosa tenía un gran talento, era una gran poetisa. Posteriormente después de la publicación
de “Lenguas de diamante”, le siguieron en 1920 “El cántaro
fresco” (prosa) y en 1922 “Raíz salvaje” (poesía).
El éxito era un hecho, su lectura llegaba no solo a los gustosos
de la literatura sino también a aquellos que no lo eran. El éxito cambió la vida
en su casa, ya no se ocupaba de las tareas de la casa, cuidaba cada vez
más su aspecto físico: quería verse cada vez más
hermosa. Para Feliciana, la doméstica,
Juana estaba poseída por un gualicho. Ella decía que una
gitana que se le había presentado un día era la causa del
mismo. Por ese gualicho, según Feliciana, Juana escribía
día y noche. Juana se vinculó con figuras destacadas,
escritores como Carlos Reyles, Emilio Oribe, con el médico y periodista
José María Delgado y con Vicente Salaverry. Con ellos mantuvo
amistad toda su vida. Carlos Reyles, novelista uruguayo de
gran prestigio conoció a Juana a través de “Las lenguas
de diamante”. Su encuentro fue por casualidad, donde Carlos, acompañado
por su hija Alma, le obsequia, por su gran admiración, un ejemplar
de su célebre novela “El embrujo de Sevilla”. En su
dedicatoria Carlos Reyles la llama “Juaneca”. Una tarde de febrero de 1923 Ibarbourou
le informó a Juana que lo trasladaban al batallón 9º,
en Santa Clara de Olimar, en el departamento de Treinta y Tres. Su estadía
sería por tres años. Juana, en medio de tanta angustia, le
pidió al esposo que renunciara. Lucas le recalcaba que con sus
versos no podían vivir y que su deber como esposa era acompañar
a su marido. Juana decidió pedir ayuda al doctor
José María Delgado, que tenía muchos amigos en el
Ejército y en el gobierno. Ella había recibido una carta
de él en esos días. La casa donde se instaló la familia
en Montevideo fue en la calle Victoria 2275 (hoy Duvimioso Terra). La
casa era amplia y doña Valentina y Feliciana se ocuparían
se su limpieza. Lucas le reprochaba todo el tiempo sobre
los chismes. Julio César presenciaba las discusiones, pero lo más
grave de todo fue cuando Lucas golpeó a Juana. Ella cayó
y golpeó su cabeza en el borde de la cama. Levantándola,
agarrándola de la blusa, intentó golpearla nuevamente, pero
fue en ese momento cuando Julio César, su madre y Feliciana lo
impidieron. Cabe destacar que por supuesto, nada podía ser como antes entre ella y su esposo. A tal punto que en la reimpresión de “Las lenguas de diamante” ordenó quitar la dedicatoria de la primera edición. En la misma decía: Dedico este libro a mi compañero, ya que la mayor parte de estas poesías, que datan de la dulce época de nuestro noviazgo, son y serán siempre actuales, porque es perdurable el sentimiento que las ha inspirado, y una perenne ilusión hace que en el esposo vea siempre al amante.
La economía de la
familia comenzó a mejorar notoriamente. En ella la visitaban muchos
poetas y escritores. Tres años después de haberse mudado
a esa casa, fue entrevistada por el periodista Mario de Luna de la revista
“El suplemento”. “Juana de Ibarbourou
es ante todo una mujer encantadora; conserva la belleza inmutable de quien
la tiene por derecho propio…” El periodista añadía también: “Con una gran serenidad era la expresión característica de la poetisa, Juanita, como se la llama entre los intelectuales familiarmente, se adorna con sencillez…” Destaca también su sencillez. “...distinguiéndose su escote muy pronunciado, que ella sabe que debe lucir por poseer un busto correcto y blanquísimo, de líneas turgentes y bellas como las figuras de Rubens.” Subraya otra modalidad: “Otra modalidad de Juanita es su manera peculiar de cruzar las piernas con una sencillez incitante que quizás ella misma no ha comprendido en todo su valor.” Destacaba: “Su voz, armoniosa y dúctil sabe entonar las frases dichas siempre con dulzura ingenua que algunas veces hace pensar en el enigma que representa esa mujer cuya fisonomía es difícil de definir, por saberse nunca si, en efecto, es una gran ingenua, y entonces hay que pensar en el proceso de sus poesías bravas, o es una gran humorista que sabe dar a su voz entonaciones desconcertantes.” La nota proseguía refiriéndose al lugar donde Juana vivía: “La casa de Juana de Ibarbourou tiene un sabor a recién construida que desconcierta. Allí todo es recién hecho, parece que los albañiles han abandonado su trabajo aquel día; en todos los detalles hay un no sé qué de últimamente terminado, que tiene simpatía a juventud. La poetisa uruguaya deja transcurrir la vida en un ambiente sereno, sin complicaciones, que marca los días y las semanas con una sistemática manera de vivir, más bien monótona.” Otras preguntas: -¿Puede decirme algo de su vida? -¡Mi vida! Muy reconcentrada y sencilla, sin nada culminante. Es como una superficie lisa, bajo la cual como un fuego subterráneo arde el deseo de viajar cada día más intenso. -¿Qué opina sobre el divorcio? -Mis convicciones de católica lo rechazaron en un principio. Sin ser menos católica que antes, creo ahora que es una ley sana y lógica, siempre que con ella no sufran los hijos, lo más sagrado del mundo y por los cuales una mujer tiene el deber de olvidarse de sí misma aun cuando su matrimonio le resulte una desilusión o un infierno. Si no hay hijos o si sobre ellos no recae el más pequeño perjuicio, es justo que el hombre y la mujer, equivocados en su unión, acepten una solución que les procure la felicidad o la paz y la posibilidad de reedificar la vida que juntos les resulta imposible. -¿Deben las mujeres ocupar puestos elevados? -Desde luego, si son aptas para ello. ¿Por qué no? Vicente Salaverry le da el consejo de
realizarse un retrato, recomendándole el estudio de la veterana
fotógrafa Elena Bazterrica de González, Foto de Moda, ubicado
en el centro de Montevideo. Una semana estuvo estudiando todo para
ese retrato: ropa, alhajas (collares, pulseras, prendedores). Ensayaba
poses y gestos. Le prestaba mucha importancia a sus manos. Al verla, Ibarbourou quedó sorprendido,
preguntándole adónde iba así vestida y a esa hora. La sesión duró poco más
de una hora. Como la muestra el retrato es su belleza de piel traslúcida como pétalos de las flores de azahar, rematada por una cabellera oscura, como una diadema o una corona de la noche selvática, grande ojos rasgados, de mirar sereno, profundo luminoso. Femeninamente diseñada, cuello grácil, manos delicadas de largos dedos… Juana recibía cada vez más
flores, correspondencias, telegramas, cajas de bombones. El Uruguay estaba en sus mejores momentos,
tanto económico como cultural. Era un país estable desde
el punto de vista político. El diario “El País”, blanco y el diario “El Día”, colorado, que eran los representantes de todos los hechos del ambiente político y cultural uruguayo, dedicaron espacios destacados a la celebración del acto. “Se realizará hoy el homenaje
a Juana de Ibarbourou”, así titulaba en grande el diario
“El País”. La ilustre autora de Las Lenguas de diamante y Raíz salvaje recibirá hoy, pues, el homenaje que acaso en lo íntimo más haya deseado: el testimonio vivo del afecto que le rendirá el pueblo a que en primer término deleitó e hizo más bueno con sus bellos versos y la demostración, por parte de sus compañeros de jornadas líricas, de que su obra ha sido comprendida e íntimamente aceptada con profunda alegría espiritual. La ceremonia estaba presidida por el
embajador mexicano en Buenos Aires, Alfonso Reyes. El artículo aseguraba que el pueblo uruguayo estaría todo allí presente. Cuando llegó al Palacio Legislativo,
Juana fue recibida por Juan Zorrilla de San Martín y Alfonso Reyes. El domingo 11 de agosto de 1929 el homenaje
era noticia en los diarios, “El País” y “El Día”. |
Sus libros se vendían tanto
como los discos de Gardel, era tan popular como la selección de
fútbol que en el 30 ganaría el campeonato mundial. En los
boliches, se hacía silencio cuando por la radio se escuchaban sus
poemas, recitados por ella misma. En 1934 la revista “Nosotros”
de noviembre publicaba la crítica realizada por los intelectuales
uruguayos sobre su libro “Los loores de Nuestra señora”.
La misma no había sido nada favorable. Dos meses después cuando publica
“Estampas de la Biblia”, libro en prosa, con narración
del Antiguo testamento, la acusan de mística delirante. En contraste, recibía condecoraciones
del resto del continente y de Europa: La Medalla de Oro de Francisco Pizarro
y la Orden del Sol (Perú), La Orden del Cóndor de los Andes,
(Bolivia), La Orden Universal al Mérito Humano, (Suiza - por “La
rosa de los vientos”). Juana no dormía y no comía.
Su madre, al ver que su hija estaba cada vez más delgada y con
falta de descanso, llamó a su doctor, Luis Bonavita. El doctor Luis Bonavita le recetó
Seconal, un barbitúrico potente para el insomnio. Le escribe a Alfonso Reyes: No publico nada de lo que recibo de mis libros y no me ocupo, tampoco, de hacer transcribir lo que de ellos se dice en el extranjero, siempre más pródigo y más entusiasta que mí país. He llegado al culminante momento psicológico del despreocupado encogimiento de hombros. El insomnio y la falta de apetito fue
el comienzo de un proceso que se fue agravando. Lo grave era que Juana no respetaba la
dosis de Seconal que el doctor Luis Bonavita le había indicado.
Tomaba más de lo establecido por el médico. En julio de 1932 fallece su padre, Vicente
Fernández. Padecía cáncer. En 1935, en la casa de Juana se realizó
un almuerzo en homenaje a la poetisa chilena Gabriela Mistral. Aparte de Juana había otras poetisas
talentosas: Gabriela Mistral, chilena y la argentina Alfonsina Storni,
nacida en Suiza. Alfonsina, que para Juana era “chatilla
y fea”, siempre hacía comentarios hirientes sobre Juana,
incluso hasta en público. “Jamás tuvo en su mirada azul un mensaje para mí”, decía Juana. Por otra parte, de Gabriela, alta, maciza, de tez áspera y modales hombrunos; de la cual se decía que prefería más a las mujeres que a los hombres. Juana decía: “a Gabriela había que verla en la intimidad para encontrarle su belleza y conocerle su carácter” Seguramente Juana, al referirse a su carácter, recordaría el episodio que sucedió en su casa, cuando Gabriela se arrancó el collar de cuentas de marfil que Juana le había colocado. El mismo quedó tirado en el piso y fueron Valentina y Connie, la secretaria de Gabriela, que recogieron cada pieza del collar. Gabriela siguió comiendo el postre. Fue en enero de 1938 que se reunieron,
por única vez, las tres poetisas en Montevideo. Se trataba de los
cursos de verano de Literatura en el Instituto de Literatura Alfredo Vásquez
Acevedo. Gabriela pronunció sobre Juana: No es ningún azar ese apelativo que le dieron y que la deja sola con la América, dueña de la llave inefable de nuestro mujererío, es decir con la fórmula de la feminidad americana. Siempre que voy hacia Juana –y la visito con frecuencia fiel-, yo la dejo como la hallé con su candor y su misterio. Alfonsina tituló su conferencia: “Las manecillas del reloj”. Con este nombre la poetisa ocultaba la carrera contra el tiempo que corría desde hacía algo más de dos años, cuando le diagnosticaron en Buenos Aires, cáncer de mama con metástasis. “Casi en pantuflas” denominó a Juana: Yo sé que voy a decepcionar a muchos lectores desconocidos en esta inevitable confidencia de hoy –y añadió-: Decirles que mi torre de marfil es una amada habitación querida, en lo alto de mi casa, con dos grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisaje terrestre lleno de árboles y de viviendas pobres, quizás no sea hábil. El fotógrafo del diario “El
País” insistía a las tres poetisas se reunieran para
la foto. Ellas se hacían las distraídas, cada cual estaban
en lo suyo. Hasta que al final fue Eduardo Víctor Haedo, político
blanco que les “ordenó” que se sacaran la foto. Años después Juana recordó ese momento: “Queda de aquel día de Montevideo una fotografía en la que estamos las tres: Gabriela, Alfonsina y yo, con la sonrisa que exige siempre el fotógrafo y que, al fin, nadie tiene el valor para negarle”. |
La noche del 31 de diciembre de 1939,
luego de que todos se habían ido a dormir, luego de brindar con
el champán que le enviaba la Embajada de Francia (3 botellas de
Pomery) para el cumpleaños de Juana, el 8 de marzo y que tradicionalmente
guardaban para brindar en diciembre, Juana subió a su terraza y
se quedó sola mirando el mar. Ibarbourou tenía con gran entusiasmo
los planos que le había entregado el arquitecto de la nueva casa
de la rambla. Ibarbourou compró el terreno sobre
la Rambla República del Perú en enero de 1938. Medía
casi mil metros cuadrados, en el entonces denominado barrio Costa del
Mar, frente al Río de la Plata y a unas pocas cuadras de Pocitos.
El esposo de Juana había administrado
bien el dinero que ella se había ganado con sus libros. Después de “Los loores de Nuestra Señora” y “Estampas de la Biblia”, Juana no publicó más libros. Escribía y acumulaba los borradores en el escritorio. Juana tuvo una gran recaída, cayó
inconsciente en el piso, todos creían que estaba muerta, Pudo recibir visitas recién después
de tres semanas en el Hospital Italiano. Estuvo internada 1 mes y 7 días.
Estaba más recuperada, sin temblor en sus manos, había recuperado
peso. Cuando Juana llegó a su casa,
el farmacéutico Carominas tenía mucha urgencia de hablar
con ella, ya que Juana le debía hace casi dos meses, tres recetas
de Sedargil y si no las presentaba ante el Ministerio de Salud Pública
le clausurarían la farmacia y lo que era peor iría preso. “ya nunca tendré que volver a molestarlo”. Juana Posteriormente a todo esto, escribió el título de un poema: “Palabras del frustrado suicida a la muerte”. Fue publicado once años después y sería el único poema de Juana escrito en primera persona del masculino. Dejar por ti el pan claro,
la leche sosegada, Dejar por ti, más
ocre que toda la miseria, Cerrarme tus dominios,
arisca y enconada; Dejarme así anhelante
y así alucinado, Las críticas de los tres últimos
libros de Juana eran casi exclusivamente de intelectuales uruguayos, no
influyeron en las editoriales más importantes del continente. Luego de la Segunda Guerra Mundial, las
poesías de Juana, traducidas al francés comenzaron a estar
en las mejores antologías de los poetas latinoamericanos en Francia. A pesar de todo, los hechos dolorosos
siguieron en la vida de Juana: parte Feliciana de la casa, rumbo a Melo.
Quería terminar sus días en Cerro Largo. Juana estaba sometida a continuas tensiones.
Ibarbourou se había agravado de su insuficiencia renal y su mamá
estaba padeciendo una grave congestión. Juana le escribe a Osvaldo Crispo Acosta:
“tengo a mi madre muy viejita extremadamente enferma, también
mi marido. Vivo bajo un desolante signo de borrasca sin pausa”. Ibarbourou sabía que se aproximaba
su muerte. Por tal motivo estaba empeñado en terminar con la casa
de la rambla. A mediados de 1941 Ibarbourou recayó
definitivamente. Juana lo cuidó hasta el final, fue su enfermera. -Juana, ¿me fuiste infiel? Murió el 13 de enero de 1942.
Juana lo lloró y guardó luto, como se acostumbraba. Juana bautizó su casa de la rambla
Amphión, no se sabe el motivo. Juana hizo estampar el nombre en una
piedra en el jardín de la entrada. La residencia estaba frente al mar. Comenzó, en su nueva casa a adorar
las noches de tormenta, cosa que le atemorizaba en la infancia. Disfrutaba al ver los relámpagos y los truenos que hacían vibrar los ventanales de las habitaciones del frente. O cuando los fuertes vientos golpeaban en las rocas de la costa y las olas amenazaban con llegar hasta la entrada de su jardín. En esas noches, Juana se sentía el capitán de un gran barco. Cuando Juana retoma su escritura, con la idea de editar un nuevo libro, empezó a recordar su infancia, sentía la necesidad de volver a esos momentos felices. Su primer libro escrito en Amphión
fue “Chico Carlo”. Allí, en ese libro estuvieron todos
los seres más queridos de su infancia. Ella se sentía aliviada espiritualmente. Julio César llevaba un año
de casado con Sara Robaina. No había terminado sus estudios de
ingeniero agrónomo, siempre afirmaba que le quedaban pocas materias
para recibirse. Los activos eran: • la casa de la
calle Comercio Total de bienes - $ 84.741 Con el consentimiento de Juana, Julio
César había vendido los dos automóviles y la casa
de Carrasco. Ibarbourou había otorgado testamento a favor de Juana, por lo que el reparto de los bienes quedó establecido de la siguiente manera: a Juana el 50 % por bienes gananciales más el 50 % de la porción disponible, a Julio César la otra mitad de la mitad de la herencia. Juana se quedó con Amphión,
asumió como propia la deuda por $ 20.000 y entregó al banco
los títulos de la propiedad como garantía hipotecaria. Luego de que Attlee venció en los comicios y el telegrama se redactó, sus promotores coincidieron en que el nombre de Juana debía ser el primero que se leyera. Ella estuvo de acuerdo. No era una mujer de política. Se conocía su adhesión al partido Nacional y a pesar de que los documentos indicaban otra cosa, ella afirmaba que era ahijada de bautismo del caudillo blanco Aparicio Saravia. Los políticos uruguayos intentaban
acercarse a ella. Juana siempre manifestó estar
a favor de la democracia. Juana recibió en Amphión la siguiente carta: Montevideo, 31 de julio de 1945 Acabo de leer un pequeño aviso periodístico en el que se publican y solicitan firmas uruguayas para suscribir un telegrama dirigido al señor mayor Attlee, primer ministro del Imperio Británico, pidiéndole su intervención para imponer a España una determinada forma de gobierno. La relación de firmas se inicia con su nombre de Ud. y ello motiva estas líneas en que debo manifestarle, con toda atención, mi sorpresa. Mi sorpresa porque no comprenda cómo hayan podido a su fina sensibilidad de mayor artista dos consideraciones elementales que me voy a permitirle hacerle. La primera es el sentido de apelación colonial e incluso infantil -me acuerdo de esas quejas de papá o al guardia, de las que creo que en Chico Carlo cuenta Ud. alguna graciosa anécdota- que tiene este pedido de intervención a un gobernante extranjero. Figúrese el efecto que ha de causar en el ánimo del mayor Attlee, digno caballero británico, que probablemente no conocerá gestos de ese tono ni en la tramitación de asuntos internos de las colonias protectorados del Imperio. Y la segunda es el desconocimiento que revela de la mentalidad española, hecha de sentimiento de dignidad y de orgullo, que repudia toda injerencia extranjera en los problemas propios. Tenga Ud. señora la seguridad de que cualquier intento de forzada intromisión forastera en las cosas de España se detendrá donde se detuvo el ejército de Hitler: en los Pirineos. Es mi norma no replicar los ataques y añagazas contra España que en esta época son tan frecuentes, en primer lugar porque tengo para la ignorancia casi tanto respeto como para la sabiduría y, sobre todo, porque esta campaña de barullo que en torno a nuestras cosas se está armando es de tono muy vulgar y me aburre mucho. Pero y debo hacer una excepción con Ud. Juana de América –por la consideración que me merece y la admiración que siento por lo mejor de su obra. Reciba con este motivo mi más atento saludo. Juan Pablo de Lojendio
De sorpresas andamos, pues Ud, me expresa la suya por el telegrama de los escritores del Uruguay al mayor Attlee –que es un distinguido caballero británico- y yo no puedo menos de asegurarle que la mía, por su carta, no es menor. Mi fina sensibilidad de
mujer de sangre hispana, que ama mucho y muy bien a España, no
desconoce ni olvida la digna altivez ni el hermoso orgullo de los españoles,
ni jamás desearía para España una intromisión
extranjera. Creo que es a su fina percepción
de diplomático que ha escapado el espíritu del telegrama
a que nos referimos. Carece en absoluto de petulancia, pues bien sabemos
que el mayor Attlee, por sus actividades políticas unidas a la
diferencia de idioma, tal vez no conozca ni de oídas la literatura
actual uruguaya, que si bien tiene grande, merecida repercusión
en todo el conocimiento americano apenas ha llegado por joven, a los medios
intelectuales europeos, aun en los países latinos. Es curioso que coincidamos en un punto más que el de la sorpresa: también a mí me aburre el innecesario cambio de flechas y la inútil voluntad de imponer a otros el propio modo de pensar y de sentir. En este país ya estamos acostumbrados a hacerlo libremente. Es uno de los grandes beneficios de la democracia total, en efectivo ejercicio. Por tener su carta el membrete de particular, se la contesto en la misma forma, pues de otro modo no se me asistiría el derecho de desglosarme del grupo de mis compañeros y responder por mí sola, lo que tendría que ser, lógicamente, una contestación en común. Saluda a Ud. atte.
No duermo. Estoy ordenando papeles escritos,
versos y páginas originales. Hay ya en mi vida una presencia de
muerte. Tranquila. ¡Y tan sola! Juana se sentía muy sola. El miedo
a la muerte siempre estaba presente. La seguridad económica que
había perdido la hacía sentir insegura. No importa, ni vale mencionarlas, qué
circunstancias puedan determinar al Gobierno a propiciar con relativa
urgencia la sanción de esta ley. Ellas desaparecerían todas,
frente al hecho en sí y a la persona que con el hecho se conecta
[…]. Y tras una detallada biografía de Juana, el texto rubricado por Amézaga indicaba: Podría hablarse de la convivencia financiera de realizar esta operación por el Estado, que en plazo de pocos años ha de recuperar sobradamente lo que ahora gasta para hacer entrar en el dominio público la obra completa de Juana de Ibarbourou, pero seguía menguado argumento frente a otro o a otros que pueden condensarse en estas palabras. […] Grande es este país que da espíritus poéticos como el suyo y felizmente no únicos. […] Por estas consideraciones y sabiendo que interpreta el sentimiento general de los hombres cultos de nuestra patria, es que el Poder Ejecutivo solicita de ese Alto Cuerpo la sanción del adjunto proyecto de ley. Por su parte, el informe de la Comisión de Instrucción Pública de la Cámara de Representantes expresaba que con la adquisición de los derechos,el Estado cumple así una justísima gestión de mecenazgo artístico, prestando un apoyo financiero que lejos de ser a fondo perdido, puede descontarse, sin forzado ni exagerado optimismo que constituirá a corto plazo una inversión remunerativa. El Parlamento lo aprobó rápidamente.
Cedía al Estado los derechos de: • Las lenguas de
diamante También vendía los derechos
de una serie de obras para radioteatros, denominada Puck, que aún
no habían sido emitidas. A pesar de las condecoraciones, Juana seguía sufriendo una pena muy grande. El 7 de noviembre de 1947, Juana se incorporaba
a la Academia Nacional de Letras. En el Palacio Taranco se celebró
el acto. Había mucha gente. En su discurso había quedado muy claro lo que era su vida: “Dios tuvo para mí la mano mullida de dones, aunque el diablo no haya dejado de soplar su hollín sobre ellos”. Y con respecto al mensaje al gobierno y a todos los políticos que apoyaron la compra de los derechos de su obra por el Estado, Juana afirmó: “Mi divisa puede ser esta: “soy fiel, y la poesía me tendrá hasta la muerte”. Dora Isella Russell, una joven poetisa
de dieciocho años de edad, estuvo en primera fila en Taranco. Con
Juana se había conocido en 1943 y habían establecido una
relación estrecha. En 1947, Juana pasó a vivir en
una casona en la avenida 8 de octubre 3061, frente al Hospital Militar.
Era una avenida ruidosa y transitada en esa época. Fue terrible para ella abandonar la residencia
de la Rambla. Fueron las deudas y compromisos bancarios de Julio César
que la llevaron a esa situación. El 22 de enero de 1948, Juana firmó
la escritura de venta a la Embajada del Reino de Bélgica. El precio
total fue $ 100.000, una pequeña fortuna. Pero de todo ese dinero,
descontadas las deudas y los impuestos, a Juana le quedaron unos pocos
miles de pesos. No se sentía atraída por
ningún lugar de esa casa. ¡Ay espada de agua
ya perdida! ¡Ay viento de entre
árboles cortado Digo mil veces que me
estoy ahogando, Ni una huella de pez hiende
los aires, Aquí la tierra
ni siquiera es tierra; La Avenida 8 de octubre se alborotó
cuando a la casa de Juana llegó Juan Ramón Jiménez,
el famoso escritor de “Platero y yo”. Juana le recalcaba el amor que sentían
por él, la admiración y el afecto. Como todo un caballero español,
Juan Ramón se despidió de Juana con un beso en su mano,
agradeciéndole el telegrama al primer ministro Attlee, también
le agradeció la primera edición de “Las Lenguas de
Diamante” que le hizo llegar a través de Unamuno. Allí
había comenzado todo, 31 años atrás. “Para Juana: un libro, un espejo y un beso”. El invierno de 1949 fue extremadamente
frío en la casa de 8 de octubre. En enero comenzó a comunicarse con sus amigos a través de cartas. El 9 de enero de 1950 le escribe a Osvaldo Crispo Acosta: De 1939 a 1949 todo ha sido para mí sufrir, perder mis bienes del cielo y de la tierra. Espero que 1950 sea como un país nuevo, una nueva etapa de deudas saldadas con el destino. A pesar del gran dolor, Juana comenzó
a escribir con mucha más fuerza. Apaciguada estoy, apaciguada, Por otras calles voy mucho
más altas, Serena voy, serena, ya
quebradas El doctor Eduardo De Robertis era un
médico argentino que huyó del gobierno de Juan Domingo Perón
y se instaló en Uruguay en 1949. Juana tenía 59 años y
mucha pena. Él tenía 38 años, casi la misma edad
de Julio César. Llevaba un matrimonio sin amor. Su esposa sufría
ataques de histeria que la dejaban inmovilizada por días. Él
se tenía que ocupar de la casa y de sus hijos, llevándolos
y trayéndolos al colegio. “Cada noche digo que será la última” Juana había quedado en la ruina,
el titular del diario “El País” informaba que habia
quebrado el Banco Francés Supervielle y que el Estado no se hacía
responsable de los depósitos. La situación era grave: Juana
no tenía como pagar las cuentas del mes y debido a esto había
recurrido a Dora Isella. Testamento de Juana Fernández de Ibarbourou […] 2) Que sin perjuicio del testamento definitivo que pueda otorgar en el futuro a efecto de expresar su última voluntad respecto a una persona, su obra literaria y sus bienes diversos, otorga el presente, con el solo objeto de hacer el siguiente legado a la señorita Dora Isella Russell, de apellido materno Rohde, argentina mayor de edad y actualmente domiciliada en la finca número seiscientos ochenta y cuatro de la calle Francisco A. Vidal de esta ciudad, en actuación a la profunda amistad que la ha mantenido con la misma, el intenso cariño que ha cobrado para con ella, en agradecimiento por la preocupación constante que la señorita Russell ha puesto de manifiesto en todo momento a través de largo tiempo, y como modo de retribuir todos los servicios pecuniarios que dicha persona le hizo y satisfaciendo las deudas que tiene para con ella, le lega los siguientes objetos: un collar de perlas de cultivo, un collar de hojas de oro cincelado, dos pulseras de plata antigua, una rosa de oro con perlas en el centro que le fue enviada de Venezuela; un tintero con esmalte de Gamet, una cerámica italiana que tiene como motivo un galgo, un papagayo de porcelana de Dresden, un jarrón de Murano (la ampolla verde de Murano), dos petacas de plata cincelada (una antigua y otra moderna), un pequeño reloj de mesa de marfil y plata, dos frascos de farmacia antiguos, una chaqueta y “manchón” de zorros plateados, dos jarrones chinos antiguos que adornan la sala, que pertenecieron a Doña Lola Ferreira, el gran amor de Blanes, un broche antiguo con un gran topacio firmado, un pequeño prendedor de oro con dos esmeralditas reconstituidas, una japonesita de marfil, un dormitorio compuesto de las siguientes piezas: cama capitonée, tocador, dos mesas de luz, cómoda de caoba con espejos apartes, dos butacones tapizados y la imagen de la Virgen del Socorro que está en la cabecera de la cama, la talla mexicana en madera de la Virgen de Guadalupe. Y mis queridos perros, acerca de los cuales recomienda a la señorita Russell que sean cuidados con la misma atención que les presta la testadora. 3)Es deseo de la compareciente, que los objetos relacionados en la cláusula anterior se entreguen a la señorita Dora Isella de Russell inmediatamente que ocurra el fallecimiento de la testadora, y que todos los impuestos que generen el legado que deja hecho, así como todos los gastos que se originen por entrega del referido legado, sean soportados exclusivamente por la legataria. 4) Que
con anterioridad al presente, no ha otorgado ningún otro testamento,
pero que si alguno apareciese sería falso, pero para evitar cualquier
duda al respecto, lo da desde ya por totalmente revocado. Convenio […] Primero.
La señorita Russell toma a su cargo el atender en el país
y en el extranjero todo lo relativo a la impresión, publicación
y edición de las obras literarias de la señora Juana de
Ibarbourou. Segundo. La única retribución por todas las obligaciones que la señorita Russell contrae para con la señora de Ibarbourou, consiste en la entrega en propiedad a la primera de todos los objetos, cuadros, retratos y documentos que forman el “Museo de Juana”, organizado en la casa de la señorita Russell, en la posesión que tiene tomada de los mismos, por los cuales manifiesta esta última haberlos recibidos ya antes del acto y en otras oportunidades de la señora Ibarbourou, por lo que esta confirma a la señorita Russell, en la posesión que tiene tomada de los mismos. Tercero. Las obligaciones que la señorita Russell contrae, son sin plazo y en consecuencia se extienden al término máximo que permitan las leyes. Cuarto.
Las divergencias, de cualquier clase, que puedan plantearse entre la señorita
Russell y la señora de Ibarbourou, serán resueltas por tres
árbitros arbitradores nombrados en la siguiente forma: uno por
el Ministro de Instrucción Pública, otro por el Presidente
de la Academia Nacional de Letras y el tercero por la Asociación
Uruguaya de Escritores. Juana ya llevaba 4 meses de tratamiento
y se sentía mucho mejor. Ya estaba cerca de abandonar la dependencia
a la droga. Dulce equilibrio de amapola
y viento, El trueno de la sangre,
sigiloso, Días vendrán
de vértigo y centella. La esposa de De Robertis había
descubierto la relación de Juana y su marido. Montevideo, 5 de noviembre de 1952 Doctor Juan Antonio de Mello: Señor doctor: sin que me aten
amistad o enemistad hacia nadie –estos meses han sido la más
dolorosa y saludable lección de mi vida- antes de partir a restablecerme
definitivamente, en el campo, me dirijo a Ud., médico de cabecera
de la señora de De Robertis, para ver si puedo, con su asistencia
serena, restablecer en esta casa, la paz que mi nobilísimo amigo
el Dr. De Robertis necesita para su brillante obra científica y
su felicidad doméstica. Le debo la salud, la fe que puso en mi
índole fundamentalmente sana, la confianza en mi espíritu
que lo llevó a tratarme no como una enviciada –dolor y desdicha
irreprochable- sino como a una muy sola, desamparada y desesperada mujer,
que si tomaba sin control el ya tan famoso Amystal Sódico, no era
por enviciamiento, sino para tener el sueño necesario, el olvido
por unas horas, de problemas que no sabía si podía ya resolver.
Esta lucha en declive duró 11 años, silenciosamente desde
la muerte de mi marido, y se fue acentuando con la venta de mi casa en
la Rambla República del Perú, hasta ahora, y por la ruina
total, por la reciente bancarrota de uno de los que parecía de
los más fuertes pilares de la Banca Privada de Montevideo. Caí
para morir, dejándome morir, pero he renacido con mi fe intacta,
sin ninguna quebrantadura moral. El Dr. De Robertis comprendió
la situación y accedió a ella como médico de lúcida
conciencia. Si en un principio él traspasó el límite
de sus íntimos sentimientos, ese algo se ha convertido en una límpida
amistad, buen orgullo mío. Si le escribo esta carta, señor
doctor, es exclusivamente por mi amigo el Dr. De Robertis, a quien debo
esta compensación, este esfuerzo de reparación, por cuanto
ha tenido que sufrir a causa de la asistencia que piadosamente y desinteresadamente
me ha prestado. El quiere mucho a su mujer, su casa, sus niños.
La esposa Ud. sabe bien señor Doctor, es una neurótica congénita.
Y también Ud. sabe que esta clase de neurosis se alimenta de un
terrible limo de intrigas, histrionismos, ensueños morbosos, la
implacable deformación del hecho más sencillo, de la intención
menos delictuosa y hasta la creación de hechos concebidos por su
imaginación desbocada. Tengo en mi poder un cuaderno que ella me
mandó con su pesudo novela de presunta mártir, que es todo
un documento de psiquiatría. Si el señor Doctor ha leído
El libro de San Michele de Axel Munte, tal vez recuerde un caso clínico
similar… Allí está la historia pavorosa de la histeria
universal, de la que solo están a mi alcance los experimentos de
Charcot en la Salperticre. Desgraciadamente yo tropecé con esta
especie. La señora de De Robertis se introdujo en mi casa, después
de mucho intentarlo, contra mi voluntad, pues ya mis fuerzas no daban
para nuevas amistades, tremendamente cansada por ese mar de ruido y curiosidad
que siempre me cerca, a veces pueril, a veces malsano. Acallando el aviso
de mis voces íntimas -¡qué infalible es el instinto!-
al principio me era intolerable su melosa asiduidad. Posteriormente en el poema “Dormida en la eternidad” (Mensajes del escriba) escribió: Tienes que convencerte,
mi muy amado, Más que a mis perros
compañeros sin castellano, […] Y más, mucho más,
que a mi cuerpo, Te quiero, ¡ah cuanto
te quiero! En el sueño ¡Cuánto te
quiero, cuánto te quiero, Pero yo me deslizo más
rápida que tú, A fines de febrero de 1953 Juana regresaba
a Montevideo, con cuadernos llenos de versos, muy recuperada. Pero ese día recibió un ramo de 36 rosas rojas. La tarjeta que las acompañaba decía: Para mi Juana, muchas rosas y mucho amor. Eduardo. Al otro día, Juana
lo llamó al Instituto de Investigación, agradeciéndole
las flores e invitándolo a tomar el té. Juana estaba feliz, cantaba de alegría: El día
que me quieras, desde el azul del cielo A Juana se le presentó la oportunidad
de editar sus obras completas. “Azor” fue publicada en 1953
por Losada, en Argentina, igual que “Perdida”. Juana se vio obligada a aceptar la edición
de sus obras completas. Para Juana las obras completas debían
ser publicadas al final de la carrera o después de la muerte. El año 1953 fue un año de cambios para Juana: abandonó la morfina, venció su adicción, recuperó su autoestima, se encontró con el amor. En mayo fue proclamada mujer de las Américas 1953 por la Unión de Mujeres Americanas de Nueva York. Se encontraba con De Robertis cuando
Doralina salía y cuando Julio César estaba en las trasnochadas
o en las carreras de Maroñas. Eran los jueves de nochecita y los
domingos por la tarde. Julio de 1953 Sra. Juana de Ibarbourou: Querida e ilustre amiga Qué magnífica carta me
ha escrito Usted sobre el Dr. De Robertis. Es extraordinaria su percepción
sobre lo que significa en nuestro medio un médico trabajador científico,
como investigador y como ejemplo tenaz y asidua construcción. Eduardo Blanco Acevedo
El 1º de setiembre de 1953, tres días antes de su viaje, Juana le escribió a su amigo periodista Juvenal Ortiz: […] Me voy el 4 a Estados Unidos, lo más a la sordina posible, para poder descansar, ver, sentir y descubrir. Dios dirá. Soy profundamente hiedra y no calculo mi aguante de ausencia. Por favor, Juvenal, ahora le recuerdo también como periodista. Le ruego que no diga una palabra de este viaje. El 4 de setiembre ambos partieron a Washington. […] Volveré cuando
él retorne Dios bendito me dé
vida Juana volvió el 23 de setiembre, renovada. De Robertis regresó para la navidad de 1953. En noviembre de 1954, Juana volvió al Palacio Legislativo para recibir otro homenaje. Por segunda vez recorro este solemne
y memorable Salón de los Pasos Perdidos, como alucinada, caminando
a través de un sueño. Me rodea el mundo. Una pequeña
mujer que hace versos está hoy en el centro de un numeroso núcleo
de hombres y mujeres que significan una magnífica selección
de la Cultura Universal… Y nada más es porque hace versos. Con 62 años de edad a Juana le faltaba el Premio Nobel de Literatura. En dicha ceremonia, todos se acercaban y querían una foto con ella. En un momento, De Robertis se le acerca para saludarla y un fotógrafo congela esa imagen. El beso en la mejilla de De Robertis y la sonrisa de Juana, apareció en una foto publicada en “Mundo Uruguayo”. Al día siguiente ellos festejaron
todo lo sucedido, pero Juana decidió que esa relación debía
terminar; su edad, el poco futuro que De Robertis tenía en Uruguay,
sus hijos… En 1956 De Robertis conoció en el Instituto de Investigaciones Científicas a Nelly Armand Ugon. Se casó 6 meses más tarde y volvió a la Argentina a fines de ese año. Juana, al enterarse escribió “Elegía de la abandonada”: Se ha ido tan lejos ya… Al margen que Juana siempre estaba distraída,
se sorprendió muchísimo cuando, en el momento que se estaba
aprontando para recibir al agregado cultural de la Embajada de los Estados
Unidos, Thomas Allen, abrió su alhajero en busca de una pulsera
y no encontró sus alhajas. 20 de mayo de 1956 Mi Isabelita querida: Recién hoy (a 14 días de
mi ingreso al Sanatorio) me devuelven mis adminículos de escribir,
aunque solo por un cuarto de hora. Juana Juana fue internada de urgencia en Villa
Carmen, sanatorio psiquiátrico ubicado en la avenida Garibaldi. Pasada la internación, Juana comenzó
una producción literaria importante. Escribía noche y día
en prosa y en verso. Respondía todas las cartas. Le escribe a Esther: Octubre de 1958 Mi Esther querida: Aquí me llega su generosa primavera
de calas que distribuiré por toda la casa, para que en cada habitación
haya algo de su espíritu angélico. Para los dos mi fiel cariño. Un abrazo de su A fines de 1958 visita Martín
Romero, periodista argentino de izquierda y antiperonista. Lo acompañaba
Osvaldo Crispo Acosta. Uruguay enfrentaba una crisis económica
agravada por grandes inundaciones que terminaron con cosechas y hacienda. A comienzos de 1960 Juana tuvo que vender su biblioteca. Fue el dolor más grande que experimentó y que la acompañó tal vez hasta su muerte. Julio César estaba en gravísimos
problemas, le debía 40 mil pesos a un prestamista, si no lo mataban.
Arrodillado, le pidió la madre que la ayudara. Dos días después se había
concretado el negocio. En marzo de 1960, Juana llegó
a Montevideo, no estaba recuperada. Había sido un golpe muy duros,
sus libros la habían acompañado toda la vida. Era la pena
más grande que había padecido. Le escribió a su gran amiga Isabel Sesto 4 de junio de 1960 Mi Isabelita querida: Gracias por su carta encantadora y desde
ya por los bombones que me ofrece. Juana Luego, cuando le permitieron escribir más, se dirigió a la directora de la escuela Juana de Ibarbourou de Melo, pidiéndole ayuda para un liceo en Chile que llevaba su nombre y que sufría un terremoto. […] Estoy en este Sanatorio magníficamente
atendida y mejor del agotamiento nervioso que me estaba minando el equilibrio
vital. Este descanso ha de hacerme mucho bien. El 6 de julio de 1960, luego de 57 días en Villa Carmen, Juana regresó a su casa. El 8 de julio la dirección del sanatorio Villa Carmen envió a los ministros de Instrucción Pública, Eduardo Pons Etcheverry, y de Salud Pública, Carlos Stajano, la siguiente carta: Cúmplenos poner en su conocimiento que la Sra. Juana de Ibarbourou, internada en nuestro sanatorio desde el 8 de mayo pasado, se ha retirado de él, el día 3 del corriente. La salud de Juana ya era un asunto y secreto de Estado. De todo el mundo le llegaban invitaciones
para dictar conferencias o presentar libros. Mi querido Hugo: Simultáneamente me han llegado,
en idénticas condsiciones económicas, cinco invitaciones
para viajar: Madrid, Galicia, Colombia, Israel y nuestro departamento
de Paysandú. Naturalmente, la de más valor para mi alma,
la de tentación difícilmente vencida, son las de mi España. Juana Más allá de la fama, Juana
seguía padeciendo problemas económicos. A la casa de Juana llegaron alumnos de
una escuela del Centro de Montevideo. Los niños frente a Juana
y a las dos maestras: Adelaida y Ema, recitaron el famoso poema “La
Higuera”. Juana ya había pasado los setenta
años. Mantenía su elegancia, su expresión dulce y
su sonrisa, pero su rostro estaba arrugado. A la semana Juana estaba recuperada y le escribió a su amiga Isabel Sesto: Isabelita de mi alma: Afloje su preciosa guardia de madre y
deje que le empiece a faltar algo: dinero o ropa prolija y pronta. Si
él grita y usted puede irse a la calle, salga sin una palabra,
ni un portazo. Si no póngase a hablar por teléfono con alguna
amiga. La vida de Juana era un infierno, pero ella igual, no se sabía con qué fuerzas hacía proyectos. Carta a su amiga Brenda Varzi de Lopéz […] No hay nada más sano,
más tónico de más bondad vital, que hacer proyectos.
Lo contrario es cubrirse con la herrumbre de la inacción y la desesperanza
corrosiva. Por más descabellado que parezca un proyecto, es preferible
al fatídico mano sobre mano. El 25 de octubre de 1965 Juana asistía
al bautismo, con su nombre, de la escuela nº 102, en un barrio muy
popular de Montevideo. Semanas después le escribe a su amiga Brenda: […] Mi obligada asistencia a la fiesta de inauguración de la escuela nº 102 de segundo grado con mi nombre, el 25 de octubre próximo pasado, me costó más de medio mes de reclusión en mi cuarto, con las persianas cerradas, pues fue un día de sol muy fuerte, a las 4 de la tarde, y un año de encierro me ha desentrenado totalmente. Estuve con la vista muy irritada, y recién puedo empezar a leer y escribir, pero administrando mis ojos con mucho cuidado. Aunque no hay documentación exacta,
parece que esta fue la última vez que salió de su casa,
fue el último acto público al cual asistió. Yo no entiendo nada, Esther querida y estoy enquistada en un concepto de la belleza que ya ha caducado o de esta generación que para parecer renovadora y creadora de una nueva forma artística, echa mano a los más sucios trasfondos de la vida, es una generación de tontos y audaces sin sensibilidad, ni cabeza. Puede haber una decena que se salve. De los otros se hará cargo un demonio ciego y analfabeto. Tiene que ser sordo también. También le escribió a Brenda. Brenda: En 1967 la editorial Losada de Buenos Aires publicó “La pasajera”, para muchos su obra culminante: […] Las últimas magnolias
del verano
Juana, en octubre de 1969, le contaba: Jorgito: No duermo de noche. Hago la
siesta (con comprimidos hipnóticos), que Dios me conceda. Un año después señalaba: Jorgito: gracias por todo, querido. Estoy en una tremenda nerviosidad. No puedo casi escribir. Sobre Dora Isella […] De Dora Isella, sé esporádicamente
por teléfono. Dice que su madre está cada vez más
consumida y que su abuela también. En agosto de 1970, poco antes de que Arbeleche llegara a Montevideo, Juana le escribe: Jorge querido: He tenido a Julito gravísimo
de una úlcera al duodeno y luego recaída, pues en su afán
de recuperarse se excedió en su alimentación química.
Recién empezó a levantarse unos minutos al sillón. Un abrazo. Tu mamá. Cuando Jorge llegó a la casa de
Juana no podía creer su deterioro: el olor a humedad, a encierro,
palanganas que recogían la lluvia que filtraba… Juana pasaba en la planta alta, en el
dormitorio que era de su mamá. Los últimos años de vida
de Juana constituyen un misterio. Su partida de defunción: A la 0 hora 5´del día quince de julio de 1979 y en 8 de Octubre nº 3061 Juana Fernández Morales de Ibarbourou C. I. 901 144, oriental de 84 años, viuda y de profesión escritora falleció a consecuencia de cerebrocardioesclerosis avanzada, según el certificado nº 718 841 del Dr. Eduardo D´Andrea. La dictadura decretó duelo nacional
y honores de ministro de Estado. Declaración de Julio César al diario “La Mañana”: “Sus últimas días fueron muy dulces. De una gran paz: Yo me dediqué por completo a ella. Dejé mi trabajo para poder estar en todo momento a su lado” agregó: “su último deseo, lo que ella ambicionaba siempre y me lo hizo saber muchas veces, era que la velaran en el Palacio Legislativo” Más allá de lo que se dijera y lo que hicieran con su cuerpo, Juana se había encontrado al fin, con las “Tres Marías”. Julio César
fue desalojado de la casona de 8 de octubre 3036 en 1986, con el retorno
de la democracia del Uruguay. Dora Isella Russell
vendió en 1985 a la Universidad de Harvard, Estados Unidos, todos
los manuscritos originales de las obras que Juana escribió desde
“La rosa de los vientos” en adelante. La casa que Juana vivió 32 años fue rematada por el Estado y adquirida por un particular para oficinas. No ha sufrido grandes cambios. Hoy es sede de una empresa que se dedica a la importación y venta de libros de inglés para estudiantes de primaria y secundaria. Amphión fue demolida en 1990 y se construyó un gran edificio que mantuvo el nombre y la numeración de la puerta: Rambla República del Perú 1503. La casa de la calle Comercio 318, donde Juana fue feliz, se mantiene casi igual. Hoy la calle es Mariscal Solano López 1412. El lugar parece mágico, como si Juana no se hubiese ido del todo. Redacción y Recopilación de Datos: Valentina Garcés Campbell. |
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