Fernán Silva Valdés - (1887 - 1975)

EL TIEMPO DEL POETA

Fernán Silva Valdés se manifiesta, literariamente, en los comienzos de la segunda década del siglo XX con un libro de clara estirpe modernista: Ánforas de barro (1913) y un segundo, cuyo rótulo lo anticipa Humo de incienso (1917).

En realidad su original advenimiento poético se produjo al comienzo de la tercera década del siglo con Agua del tiempo (1921), dos años después de la revelación de Juana de Ibarbourou con sus Lenguas de diamante (1919).

En esa época el Presidente de la República era el Dr. Baltasar Brum, electo en 1919.
El país vivía una época de paz y prosperidad económica.
Las relaciones comerciales de Uruguay con la Europa de posguerra se habían hecho más fluidas, existiendo un mayor contacto cultural con el Viejo Mundo.
El ambiente cultural y artístico en la década del veinte se enriqueció y renovó con una fuerte raíz telúrica, tanto en literatura, como en pintura y música.
En Literatura, además de Carlos Sábat Ercasty, Juana de Ibarbourou y Emilio Oribe, otros nombres significativos y originales se proyectaron en el ambiente local: Mario Alfredo Ferreiro (El hombre que se comió un autobús, 1927), Enrique Casaravilla Lemos (Las fuerzas eternas, 1920, Las formas desnudas, 1930); Vicente Basso Maglio (La canción de los pequeños círculos y los grandes horizontes, 1927); Esther de Cáceres (Las insulas extrañas, 1929); Juan Cunha (El pájaro que vino de la noche, 1929); y Emilio Frugoni (Poemas Montevideanos, 1924), quien procuró dar, con este libro de versos, la fisonomía de la ciudad, de sus calles, de sus barrios y de sus suburbios.

Casi contemporáneo a Agua del tiempo apareció Alas nuevas (1922) de Pedro Leandro Ipuche, volumen que inició el gauchismo cósmico.

A su vez, la narrativa nacional, estuvo representada por Montiel Ballesteros (Alma nuestra, 1922), Justino Zavala Muñiz (Crónica de Muñiz, 1921, Crónica de un crimen, 1926; Crónica de la reja, 1930), Yamandú Rodríguez (Bichito de luz, 1925, Cansancio, 1927), Francisco Espínola (Raza ciega, 1926), Víctor Dotti (Los alambradores, 1929) y Enrique Amorím (La carreta, 1929).

A esta década, en las que todavía vivían algunas de las figuras del novecientos (Javier de Viana, Carlos Vaz Ferreira, Horacio Quiroga y Carlos Reyles), y aún romántico Juan Zorrilla de San Martín, se le ha llamado, con gran acierto, década de oro de la Literatura uruguaya (Domingo L. Bordoli. Antología de la poesía uruguaya contemporánea, Montevideo, Universidad de la República, 1966).

SU VIDA

Nació en Montevideo, en la calle Colón, el 15 de octubre de 1887, hijo de Fernando Silva Antuña, escribano y de María Valdés. Vivió parte de su infancia en Sarandi del Yí (Florida)

Romance de mi infancia

Pueblo Sarandi del Yí
acollarado a mi infancia,
en mi borroso recuerdo
tengo, patente, mi casa:
un caserón primitivo
con sus tejas coloradas
atado por un sendero
al gran árbol de la plaza.


El poeta ubicó, años después, su Autobiografía (Montevideo, 1958, Apartado de la Revista Nacional Nos. 193-194). Allí hay una información muy rica con datos de toda su vida.

Aún niño, pasó a vivir con sus padres a la capital, a una quinta materna en la calle Maturana, donde transcurrió el resto de su infancia y parte de su juventud.

En la pequeña escuela de la capilla Maturana, cursó estudios primarios con el maestro Camilo Ros. Luego asistió a la pública hasta 5º año; dio examen de ingreso e ingresó a enseñanza media.

El poeta, en un reportaje hecho poco después de su iniciación en el nativismo, expuso: Yo hubiera querido ser un gaucho y no un hombre de ciudad. Tengo en mis venas sangre criolla. Soy autóctono puro. En mi tronco familiar se cruzan y se enlazan españoles y portugueses. Mis abuelos, de una y otra rama, fueron criollos y gauchos. Antuña, mi bisabuelo, fue cabildante de Montevideo en 1822. Valdés, mi abuelo materno, guerrillero de Oribe, Silva, mi otro bisabuelo, actuó en Sarandi... A los nueve años ya recitaba un trozo de “Fausto”. “Martín Fierro” y “Fausto” fueron los primeros libros que leí. A los catorce años escribí versos. Verso o lo que fueran. Luego, ya hombre, concurría a las estancias atraído por el espectáculo de los trabajos de campo. Ahí me sentía, por influjo atávico, en mi medio.

Aunque vivía con la familia en Montevideo (Paso Molino), solía, con algunos jóvenes amigos, hacer largas jineteadas hasta estancias conocidas. Con frecuencia iba a la de su tío Francisco Silva y Antuña, en Casupá.

Durante años vivió en la calle Maturana, donde en un pabellón en el fondo de la quinta se instaló recibiendo a sus amigos.

Fueron años de bohemia, entre lecturas, poesía, guitarra, tango. Para entonces fue nombrado funcionario de la Contaduría General de la Nación, donde fue compañero de Ernesto Herrera y de Romildo Risso.

Hacia 1915 fue víctima de los paraísos artificiales, según sus propias declaraciones: Sí, mis amigos lectores: en lo que va de los años 1915 a 1919, mi vida fue una penuria terrible y ningún escritor uruguayo pasó una experiencia así, volviendo luego a la total salud del cuerpo y del espíritu.

Si a los veinte años fui un bárbaro casi analfabeto y a los treinta un exquisito y decadente: a los treinta y tres (en que escribí “Agua del tiempo”) volví a ser bárbaro, sí, pero –y perdónenme la paradoja- un bárbaro civilizado . Y si estoy vivo es porque Dios me ayudó, ya que algo me dice allá, en el fondo, que no todo se lo debo a la ciencia. Llegó un momento en que ya no me pude mover de la cama.

Entonces se reunió un consejo de familia y amigos íntimos, con asistencia del Dr. Arturo Lussich, quien asistió a mi padre al morir, habiendo sido por muchos años el médico de la familia; y por consejo suyo me llevaron a un hospital en Santa Lucía, dirigido por el Dr. Santín Carlos Rossi; puesto que necesitaba no sólo aventar las drogas también nutrirme de campo.

Santin Rossi me trató y me curó con una gran solicitud, a raíz de cuyo suceso nos hicimos grandes amigos.
Merced a la ayuda de su madre, y de la que entonces era su novia, Tulia Pérez Gambin, pudo recuperarse.

En 1921 publicó Agua del tiempo, inaugurando su poesía nativista, que habría de continuar en Poemas nativos y alcanzar su máxima expresión en intemperie.

En 1924 contrajo matrimonio con Tulia Pérez Gambín.

Hacia 1926, luego de obtener un premio literario con Poemas nativos, se presentó por nota a Enseñanza Secundaria solicitando clases de literatura, pero le fueron negadas.

A los pocos años reiteró su aspiración, pero tampoco fue satisfecha. Tiempo después -por intermedio de Vicente Martínez Cutiño- paso a ser colaborador permanente del diario argentino La Prensa. Silva Valdés colaboró en casi todos los periódicos y revistas importantes del país y de América.

Fue miembro de la Comisión Nacional de Bellas Artes, de la Sociedad Hispánica de América, de la Sociedad de Autores del Uruguay, de la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual y de la Academia Nacional de Letras, a la cual ingresó en 1943 como académico de número: el 12 de agosto de 1969 se le nombró académico de honor.

Falleció en la ciudad de Montevideo el 10 de enero de 1975 a la edad de ochenta y ocho años.

OBRA

Su obra puede agruparse en tres grandes rubros: verso, prosa y teatro.

Comenzó cultivando el verso con Ánforas de barro (Montevideo, 1913), cuatro años más tarde le siguió Humo de incienso (Montevideo, 1917). Estos dos libros corresponden al período modernista del autor.

Años más tarde se produjo una transformación en su línea cuando publicó Agua del tiempo (1921), poemario con el que inauguró lo que llamó, poesía nativista y que prosiguió en otros libros: Poemas nativos (Montevideo, 1925), Intemperie (Montevideo, 1930), Romances chúcaros (Buenos Aires-Montevideo, 1933) y Romancero del sur (Montevideo, 1938).
En 1936, Silva Valdés comenzó a publicar en prosa, dando a la estampa Leyenda (Montevideo). Le siguieron Cuentos y leyendas del Río de la Plata (Buenos Aires, 1941), Cuentos del Uruguay (Buenos Aires, 1945), Leyendas americanas (Buenos Aires, 1945) y Lenguaraz (Buenos Aires, 1955).

En 1952 comenzó a incursionarse en el teatro son Santos Vega (Montevideo). Le siguieron Barrio Palermo (Montevideo, 1953), Por la gracia de Dios (Montevideo, 1954), Vida de dos cuchillos (Montevideo, 1957).

En 1930 comenzó a cultivar un subgénero literario –obra para niños- donde alternó el verso y la prosa. Poesía y leyendas para los niños (Montevideo), Ronda catonga (Montevideo, 1940) y Corralito (Montevideo, 1944).

Fernán Silva Valdés se destacó ante todo como nativista, género que le dio renombre no sólo en el Uruguay, sino también en el mundo de habla española.

En 1943 la Editorial Losada publicó una Antología poética preparada por su autor y en 1961 una segunda Antología poética, también preparada por su autor.

VALORACIÓN LITERARIA

La producción literaria abarca los tres géneros tradicionales: verso, prosa y teatro. Sin embargo se destacó en el verso, donde su personalidad se ha manifestado más cabalmente y con mayor originalidad.

La originalidad radicó en la creación de una nueva modalidad poética: el NATIVISMO, que le dio mucho éxito en el ámbito hispanoamericano. “Agua de tiempo” fue el libro consagratorio de esta modalidad.

Alberto Zum Felde vislumbró, tempranamente, los valores de esta poseía: Acaso la cualidad más específica de la poesía de Silva Valdés sea el carácter, el decir, el colorido propio, el rasgo genuino.

Poesía descriptiva ante todo, predomina en sus imágenes el elemento objetivo; más, sin que por ello esté desposeída de subjetividad emocional. Los motivos no sólo están “vistos” –vistos mejor que nadie- sino también sentidos íntimamente, es decir, subjetivamente vividos. El poeta no es un pintor que se conforme con las simples exterioridades de las cosas, aun cuando se complazca en ellas; ha puesto también en las cosas su emotividad, una emotividad sorda, grave, varonil, muy de cepa gaucha.

En todas sus imágenes, aun en las más gráficas, alienta un sentimiento lírico de ternura, de admiración o de nostalgia; y en ello consiste, precisamente, su valor poético. (Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, Montevideo, Ed. Losada, 1941).

En 1930, con “Intemperie”, alcanzó la cúspide del nativismo, abarcando, a la vez, una mayor amplitud temática al incluir al extranjero; por eso ha dicho José Pereira Rodríguez: Ya no son únicamente las gentes de la patria, ahora entran al estadio de su poesía, el inmigrante, el gringo, con su optimismo y su carga de esperanzas, con sus cabellos rubios y sus ojos azules, con su afán de prosperar y de arraigar en la nueva tierra prometida.

El payador poeta canta al hombre que viene del otro lado del mar, lo ve plástico y apto como para realizar con él una rápida asimilación racial. Y lo ve también como un pintor ávido de nuevas emociones. (Nuevo sentido de la poesía gauchesca en Historia sintética de la literatura uruguaya, Montevideo, Comisión Nacional de Centenario, 1931)

El eminente crítico español Federico de Onís ha dicho de la renovación literaria poética de Fernán Silva Valdés: En rigor, su nueva poesía nativa está tan lejos, tan cerca, del modernismo como del gauchismo anterior; participa de ambos y en ellos los dos, al fecundarse mutuamente, resultan superados. Su técnica literaria –el uso de la imagen, la novedad en la adjetivación, el descoyuntamiento de la versificación, la objetividad de la emoción- es culta y de carácter ultramodernista. Su gauchismo –temas tradicionales, cosas, palabras, paisajes, -no es realismo costumbrista ni imitación externa, sino reducción de un pasado real y poético a sus elementos esenciales y permanentes.

Otro tema nacional de Silva Valdés es, como lo fue en Florencio Sánchez, el “acriollamiento del gringo”. (Antología de la poesía española e hispanoamericana, Madrid, 1934).

Como ya lo dijimos anteriormente, Agua del tiempo vio la luz en 1921, inaugurando el nativismo; al año siguiente apareció Alas nuevas (1922) de Pedro Leandro Ipuche, volumen con el cual inició, este autor, el gauchismo cósmico.
Dice Arturo S. Visca: Es necesario, al final de este trabajo, reunir al hombre de ambos poetas. Hundidos ambos en una aspiración común de innovación poética y adentramiento en las esencias nacionales, supieron, uno y otro, crear su valedero ámbito poético personalísimo, sin que la fraternidad inicial de intenciones velara en nada lo que cada uno de ellos tenía de original voz poética inconfundible. (Antología. Prólogo. Montevideo. Biblioteca Artigas. Colección de Clásicos Uruguayos. 1966. Vol. 104)

Fernán Silva Valdés combinó distintas formas métricas dándole a sus poemas un ritmo propio de coplas y cantares populares. La forma, a veces, parece desaliñada, prosaica.

Muchas de sus composiciones toman la forma deliberada de prosa alineada –no versificada- pues usa un estilo propio, casi coloquial, llano, rico en metáforas y comparaciones.
Quien mejor ha definido la estrofa de Silva Valdés, ha sido Domingo L. Bordoli: La forma es de un cuidadoso desaliño.

Su estrofa anárquica parece siempre una prosa que insensiblemente progresa hasta armonizarse con las sonoridades del verso. Es de un singular encanto esta conversación que se hace música.

Frases arrítmicas, como nacidas en cualquier parte, y que en vez de fundirse parecen chocar, acaban casi siempre por atarse en un haz en torno de una imagen, para producir tras de si un efecto unido y melodioso, a modo de una hilacha de viento atada a un poste. (Antología de la poesía uruguaya contemporánea, Montevideo, Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, 1966, T.I..).

ANÁLISIS

La producción poética de Fernán Silva Valdés abarca dos etapas bien diferenciadas. La primera, la más endeble, fugaz, pasajera, corresponde al período modernista con obras como Ánforas de barro y Humo de incienso, ambas bajo la influencia de Rubén Darío y Julio Herrera y Reissig.

Ambos libros revelan la existencia de un claro talento poético que aún no ha alcanzado voz propia ni originalidad, revelándose como un digno epílogo del modernismo.

La segunda etapa se inicia con un cambio radical. Bajo la dirección del Dr. Santín Carlos Rossi, su poesía experimentó una saludable y definitiva transformación: escribió La yiradora, Cabaret criollo, La cicatriz y El tango y posteriormente dos poemas más: El puñal y El rancho, este último publicado en El País.

Poco después apareció Agua del tiempo, libro que creó una nueva y radical imagen en su lírica. El poeta tuvo como personajes al indio y al gaucho. Jerarquizó poéticamente los elementos propios del gaucho: el rancho, la guitarra, el poncho, el mate, la nazarena, el puñal. El río o un camino, también fueron fuente de inspiración.
Ya no era un poeta decadente, su estrofa se nutría del mundo agreste y cerril.

Con este poema Silva Valdés entró en el NATIVISMO, que años después definiría con precisión en su Autobiografía (Montevideo, 1958, Apartado de la Revista Nacional. Nos. 193-194): ... El “nativismo” es eso, lo repito para los “sordos”: un “ismo”, una inquietud estética, una renovación, una “novedad” respecto a la vieja poesía gauchesca, en la cual el poeta, siendo hombre culto y bien educado, cantaba “haciéndose el gaucho”, sin serlo, y a veces, hasta haciéndose el guarango.

Agua del tiempo está dividido en dos secciones: Poemas nativos y Otros poemas, esta última, integrada por diez composiciones. Otros poemas es la sección más débil del libro, aunque algunas piezas alcanzan un buen nivel.

La primera sección, Poemas nativos está formada por veinticuatro composiciones. Cinco poemas (La cicatriz, La muchacha pobre, El tango, La yiradora y Cabaret criollo), tienen por temas, ambientes y personajes a la ciudad. (Tres años después Emilio Frugoni iba a publicar Poemas montevideanos).

Una de las tendencias del nativismo apunta hacia la ciudad, principalmente hacia el arrabal y hacia los elementos que en él existen, modalidad que Silva Valdés continuará, años después, en Romances chúcaros, con tres composiciones de gran originalidad: Canto grotesco a la alpargata, Poema de los jopos románticos y Croquis para un tango, mantienen un contacto con el arrabal, aunque más concretamente con el tango.

Alberto Zum Felde expresó: Obsérvese que uno de los rasgos sicológicos que acentúan más al criollismo de Silva Valdés es ese carácter fuertemente realista de su poesía, sensualizada por su contacto con el tango y el arrabal. Conviene advertir que este arrabal a que nos referimos, no significa una determinada zona de la ciudad, ni se limita a sus barrios suburbanos; aunque nació en esta zona y en ella se alimenta, el arrabal platense se extiende a toda la ciudad, aún a sus ambientes céntricos, saturándola de sus fermentos; y constituye el rasgo nacional típico de nuestras ciudades.

Este rasgo es el que Silva Valdés expresa en sus motivos urbanos (Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, op. cit.).

La otra rama lírica del libro tiende hacia el campo, ámbito específico del nativismo. Los diecinueve poemas que lo integran poetizan, principalmente, elementos o instrumentos típicos del ambiente rural (Guitarra, El rancho, El puñal, El poncho, El mate dulce, El mate amargo, La nazarena), o fenómenos de la naturaleza o seres que en ella habitan (A un río, El buey, El sendero, El nido, La calandria, Primavera), dos: El indio y El payador están inspirados en personajes típicos del terruño; tres: La siesta, Las manchas y Yo era un hombre pálido, subjetivizan los hechos compenetrándolos, a la vez, con elementos objetivos de la naturaleza nativa, y el último, La luz mala, expone un tema de leyenda tradicional.

Ha dicho José Pereira Rodríguez: El libro contiene un desfile magistral de acertadas imágenes. Son bellas por lo inesperado, por lo original en sí. Algunas nacen, por primera vez a la literatura y conquistan el aplauso sin reticencias egoístas. Tienen una gallardía de expresión que, en ocasiones, atenúan por esto mismo la crudeza del tema o del calificativo. Las palabras han entrado al libro sin selección previa que pudiera denotar un deseo de decoración arbitraria. La obra es de una absoluta sinceridad que se impone inmediatamente. Las cosas gauchas se humanizan.

Así, en boca de la guitarra se hastían los cantos viejos, el puñal se siente atraído por la carne lo mismo que por el pecado, el viento se pone el poncho, húmedo de alborada, el mate dulce pasa en vela como un centinela, el río ríe como los hombres “que siempre lo hacen mostrando los dientes”, el tango “es un estado de alma de la juventud”, el sendero “tiene vergüenza”. Todas son emociones humanas. Lo objetivo le sirve para exteriorizar el propio estado de alma de las cosas, vistas con intención panteísta. (Nuevo sentido de la poesía gauchesca, op.cit.).

EL INDÍGENA Y SU TIERRA

Algunas composiciones del poemario han tenido singular éxito. El indio, incluido en libros escolares y liceales, Fernán Silva Valdés toma la figura del indio –posiblemente el charrúa- en sus postrimerías, encuadrándolo dentro de la conquista española a través de dos versos: Lo encontró el español establecido y La Conquista española enderezó sus rumbos. Para el retrato de su personaje se basó en la tradición, en la leyenda y en el Tabaré de Zorrilla de San Martín.

El lirismo de la composición oscila entre lo narrativo y lo descriptivo. El personaje está pintado con rasgos sobrios, firmes, seguros.

El poeta para describirlo recurre a magros datos proporcionados por la historia y la tradición local.
Las metáforas finas, originales, y sobre todo las composiciones, once en total, se adecuan con precisión a la composición enriquecedora, pues todas o casi todas emergen de la flora, la fauna y elementos del hábitat nativo.

Recordemos: como el benteveo, como el cardenal, como una cuña, como las aves bellas, como las boleadoras, como los pumas, como mueren los pájaros.

Recordemos ahora una de las más bellas metáforas que se adecuan al medio y al lenguaje nativo: retobado en hastío, le hacía punta a su instinto, blandía su coraje afilado en el viento, o en las noches tubianas de relámpagos.

La tendencia descriptiva, uno de los rasgos sobresalientes de la poesía nativista de Fernán Silva Valdés, busca humanizar lo inanimado, pero junto con esto agrupa a su alrededor, otros elementos que completan el cuadro casi humano del objeto. Una de las composiciones más representativa de lo dicho anteriormente es El rancho, a diferencia de El indio, no tiene comparaciones. El poema comienza con una descripción que, en cierta manera lo animiza:

Retobado de barro y paja brava,
insociable, huyendo del camino,
no se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.

Pero, es en la segunda estrofa donde el rancho toma caracteres humanos y en el primer verso adquiere la estructura de un ser viviente:

Gozando de estar solo
y atado a la tranquera a ras de tierra
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo,
su centinela el gaucho, el terutero.
Por la boca pequeña de una ventana
apura el mediodía en su solo bostezo,
de mañana despierta con el canto del gallo
y de noche se duerme con el llanto de un niño.

En torno a la imagen del rancho, se acumulan otras directamente relacionadas con él para presentar la vida del campo uruguayo tradicional.

Esa humanización –ya apuntada anteriormente- se va afirmando a través de otras estrofas, hasta adquirir, en la penúltima, un efecto psicológico admirable:

En los atardeceres en que se pone triste
revisa sus recuerdos de un vistazo hacia adentro,
y encuentra cuatro fechas que lo hicieron vibrar;
cuatro fechas que son
los puntos cardinales de su emoción:
una boda, un velorio, un nacimiento
y una revolución.

En Poemas nativos y en Intemperie completa la temática y los cuadros camperos, incluyendo la carreta, el corral de piedras, el pericón, la taba, la flecha, junto con otros elementos animados o inanimados de la naturaleza (el ombú, los potros) y personajes tradicionales: el curandero, el negro criollo, el agregado, el caudillo. En estos dos últimos libros el subjetivismo se hace más fuerte, el poeta participa más intensamente en los poemas.

Se destaca en estas composiciones un aspecto importante de la lírica de Silva Valdés, lo que se llamó el sentimiento de lo ancestral, sobre el cual ha dicho Arturo S. Visca: El sentimiento de lo ancestral se da en forma insuperable en dos poemas.... “Capitán de mis sombras” y “Los centinelas”.

Uno y otro poema pertenecen al grupo de aquellos en que lo subjetivo se adensa y se armoniza equilibradamente con elementos objetivos. Ambos componen un vigoroso cuadro donde se destacan fuertemente los ingredientes plásticos y tienen un contenido anecdótico. Pero en los dos, el sentimiento nuclear que hace nacer el poema es el de la comunidad real del alma del poeta con las almas de sus antepasados que, como fantasmas o sombras, se le aparecen. (Antología. Prólogo op.cit.).

LOS ANTEPASADOS

Capitán de mis sombras es uno de los poemas mejor logrados y más hermosos, donde su autor identifica su alma con el alma de sus antepasados que se le aparecen como fantasmas. El tema poetizado –según el autor- proviene de un hecho real, anecdótico y personal, que habría de dar, con los años, el poema.

El poema encierra, en sus tres cuartas partes, el relato emocionado del poeta, galopando por el campo, su descripción y la aparición a sus espaldas del pelotón de antepasados, cuyas sombras va reconociendo una a una a través de las barbas. Cada uno, por su nombre, aparece mentado por algún rasgo o condición personal que lo distinguió en vida, sobre todo por hechos heroicos.

El poema tiene, en muchos pasajes, el encanto de lo sobrenatural, de lo fantástico, que Silva Valdés sabe presentar con visos de realidad a través de las apariciones fantasmales.

En la Autobiografía, Silva Valdés narra la génesis de este poema en los términos siguientes: Al salir de la pulpería, colmada ya la tarde, con el sol a una picana del horizonte, me sucedió un raro y mágico episodio, el cual ha tenido singular influencia en mi poesía. Me sentía bien montado en mi pingo, satisfecho y eufórico, luego de la payada. El caballo se iba “asustando de su sombra”, que se proyectaba alargada en las colinas verdes. Recuerdo que nunca me sentí tan ágil, tan alegre, tan jinete. Le cerraba piernas al flete en los pequeños repechos de las lomadas y antes de llegar al cuesta abajo, lo paraba en seco, haciéndolo a veces, “sentar en los garrones”.

Esto sólo se puede realizar con un caballo muy blando, y mi fogoso colorado no lo era, de lo cual resulta que la peripecia se hacía difícil: más yo la realizaba lo mismo. Me empecé a sentir “gaucho” realmente, no sólo por mi afición, por mi cierta pericia, sino también por un derecho de mi sangre. Di en recordar algunas hazañas de Juan Valdés, sabidas por tradición familiar, como su pelea a lanza contra el coronel Videla, al cual hizo salir por las ancas del caballo, en la campaña argentina, durante la batalla del Sauce Grande, contra fuerzas del General Lavalle, el 16 de julio de 1840...

Agrego a este hecho comprobado, la tradición oral de que mi otro abuelo o bisabuelo, don Antonio Teodoro Silva, entró en la batalla de Sarandi, con su apero de plata y oro, más “sin salir de sus campos”, porque en su estancia tuvo lugar el combate. Entonces empecé a sentir en mi detrás “la presencia” de estos antepasados o “de sus sombras”: el galope de sus caballos, el chocar de sus fierros, ruidos de coscojas... Sentí, al par, miedo y valor. No me animaba a dar vuelta la cabeza por “miedo de verlos”... tan bello me resultaba el momento. Mi caballo, como si también participara del fenómeno, “se me iba en la rienda”; no podía sujetarlo y al correr lo hacía “bufando”. Entonces, con gran esfuerzo, lo sujeté poniéndolo al galope corto, como para que las sombras pasaran adelante; pero las sombras “también sujetaron” sus caballos de humo... y así, de a poco, el fenómeno “se fue deshaciendo”.

Esta impresión siempre quedó “viva”en mi, hasta que a los “veinte” años del “suceso”, de pronto, porque si nomás, en una bocanada de fervor, me senté en mi mesa de trabajo y ese “ángel” que, (aún cuando no creo en ángeles), siento que a veces mi inspira, escribió por mi mano el poema “Capitán de mis sombras” y años después, luego de un fenómeno parecido, “Los centinelas”, poema éste al cual la crítica aún “no ha visto”.

En 1930 Silva Valdés publicó Poesía y leyendas para los niños, primer volumen de una nueva modalidad de hondo arraigo en los libros escolares y que marca una tonalidad distinta en su lírica.

Algunas composiciones trasuntan el encanto popular que alcanzan fácilmente el alma sencilla del niño.
Una de las composiciones que más y mejor refleja el alma del niño y su mundo es La cometa.

Fernán Silva Valdés cultivó también el viejo romance castellano de larga difusión en América después de la conquista española. Dos libros de romances: Romances chúcaros y Romancero del sur. En los primeros pintó personajes y episodios históricos o tradicionales con sus figuras criollas y sus hechos heroicos.

Fernán Silva Valdés y el nativismo:

(... El nativismo es...) el arte moderno que se nutre en el paisaje, tradición o espíritu nacional (no regional) y que trae consigo la superación estética y el agrandamiento geográfico del viejo criollismo que sólo se inspiraba en los tipos y costumbres del campo.
Fernán Silva Valdés. (La Cruz del Sur. Nº 18; Montevideo, 1927)

FICHA BIOGRÁFICA OFICIAL
EN “ANTOLOGÍA” DE CLÁSICOS
URUGUAYOS. VOLUMEN 104

FERNÁN SILVA VALDÉS

Nació en Montevideo el 15 de octubre de 1887, hijo de don Fernando Silva Antuña y de doña María Valdés. Vive en Sarandi del Yí parte de su infancia y luego viene con sus padres a instalarse en la capital, donde inicia sus estudios primarios. Años después es designado funcionario en la Contaduría General de la Nación.

Se inicia en la literatura con Ánforas de barro (Mont. 1913) seguido de Humo de incienso (Mont. 1917). Enferma de cierta gravedad, se recupera y contrae matrimonio en 1924 con Tulia Pérez Gambín. Había publicado Agua del tiempo (Mont., 1921) inaugurando su “poesía nativista” que había de continuar en Poemas nativos (Mont., 1925) e Intemperie (Mont., 1930). Es en 1930 que comienza su obra para niños: Poesía y leyendas para los niños (Mont., 1944). Da a conocer Romances chúcaros (Bs. As. Mont., 1933) y Romancero del sur (Mont., 1938).

Comienza a escribir en prosa con Leyenda (Mont., 1936), Cuentos y leyendas del Río de la Plata (Bs. As., 1941), Leyendas americanas (Bs. As., 1945) y Lenguaraz (Bs. As., 1955). Incursiona en el teatro con Santos Vega (Mont. 1952), Barrio Palermo (Mont., 1953), Por la gracia de Dios (Mont., 1954), Los hombres verdes (Mont., 1956) y Vida de dos cuchillos (Mont., 1957). En 1958 da a conocer una breve Autobiografía.

La Editorial Losada de Buenos Aires en dos oportunidades, 1943 y 1961, ha publicado una Antología poética de su labor hasta las respectivas fechas, así como varias de sus producciones teatrales.

Ha colaborado en casi todos los periódicos y revistas importantes del país y de América.

Fue miembro de la Comisión Nacional de Bellas Artes, de la Sociedad Hispánica de América, de la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual y de la Academia Nacional de Letras.

Itinerario de un poeta
por Julio J. Casal

Nace Fernán Silva Valdés bajo la influencia de: Darío, Lugones, Herrera y Reissig.

Hay que reconocer que fue uno de los primeros que se atrevió a dar a sus versos una entonación extraña.

El tema criollo se alzaba en su voz, con legítima fragancia, dándonos su oculto y exacto colorido.

Su personalidad debía afirmarse con sus libros “Agua de Tiempo” y “Poemas Nativos”, al verdadero paisaje, de donde no debió salir nunca. Ahí estaba su destino.

El indio, A un río, Patio Criollo, El Rancho y tantos otros poemas están realizados con palpitación humana y con un lenguaje que venía a estremecer con resplandores nuevos el aire de la poesía nativista.

Era el mismo poeta que nos daría más tarde composiciones de tanta limpidez y fuerza como El Capitán de mis sombras, Viento Pampero, El antepasado.

Y llegamos a su Romancero del Sur, en donde el poeta va cediendo su sitio al cantor. Casi todo el libro va trotando por el verso, de manera fácil y cómoda.

Según Jorge Luis Borges: “Ha sembrado de torpes hispanismos sus versos criollos”. Puede ser que a juicio de Silva Valdés esa sea una manera de enriquecer y de animar graciosamente el idioma.

Poesía que podrá a veces jugar con el verso, pero que lo hace sosteniéndolo con un lenguaje claro.

Fue su antigua voz creadora de matices la que lo ha situado como figura de firme personalidad en el escenario nativista de la lírica rioplatense.

Bibliografía consultada: "Fernán Silva Valdés" - Antonio Seluja Cecín - Suplemento Literatura Uruguaya - Diario La Mañana - 1989

Redacción y Recopilación de Datos:

Valentina Garcés Campbell.

Por aportes y comentarios escriba a: Valentina Garcés - poesiay@internet.com.uy

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